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324 MANUAL DE HISTORIA FRANCISCANA las habían prestado y les llevaban como censo un cestillo de fruta y una ensalada; tras de lo cual pedían autorización para usarlas un año más. Jamás admitían provisiones para más de una semana. Eusebio de Ancona no consentía que se almacenasen ni siquiera las frutas y productos de la huerta. De camino ninguno llevaba bolsa o zu– rrón. Del dinero no sufrían ni el nombre, y cuando los fieles echaban monedas en los altares, las barrían junl'amente con la basura. A la hora de la muerte ponían en manos del superior el breviario, la Regla, la disciplina, el rosario y el pañuelo, únicos objetos considerados de uso particular. El vestido consistía neta– mente en las prendas enumeradas en la Regla; se consideraba relajación el uso de tres prendas (dos túnicas y manto), tema sobre el que Bernardino de Asti escribió un dictamen en 1550; el tejido era de la lana más burda, hilada al natural, de modo que los hábitos no sólo herían al tacto, sino también a la vista. Iban completamente descalzos siempre que les era posible. No era sólo el amor a la pobreza lo que movía a aquella pri– mera generación capuchina a buscar la austeridad en el vestido, en el calzado y en el lecho; tenía también su parte el incontenible afán de penitencia, llevado a extremos que hoy nos parecen in– creíbles. Entre los fines de esta vida penitente señalaba Francisco de Jesi la selección de las vocaciones a la Orden, porque-decía– nadie se lanza a abrazarse con tales maceraciones si no es movido de verdadera vocación divina; así no son necesarias penas canó– nicas ni cárceles para los díscolos. Donde principalmente saciaban sus ansias de penitencia era en la comida; se tenían por <,man– jares preciosos)), reservados a los enfermos, la carne, los hueYos. el queso y el pescado; especias y condimentos (<Se reputaban sa– crilegim,. Las constituciones aconsejaban ayunar todas las cua– resmas de San Francisco; pero muchos guardaban ayuno conti– nuo y riguroso. Los cilicios y disciplinas eran familiares a todos. Pero en todo reinaba el más amplio espíritu de lihcrtad y de cor– dura; casi todas las prácticas de penitencia eran absolutamente voluntarias y los superiores cuidaban de ir a la mano a los más fervorosos.

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