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CAP. II.-LUCIIAS EXTERNAS Y CRISIS INTERNAS 313 sados y aconsejó que antes de dar el paso se entablase una averi– guación sobre la conducta de los miemhr9s de la Orden. Avínose el Papa. y el resultado fué la comprobación más fehaciente de la ortodoxia de los capuchinos y de su adhesión inquebrantable a la Santa Sede. Paulo IIL después de recriminarles duramente por el escándalo dado en la persona del general. acabó tomándolos bajo su protección paternal y encomendándolos a la responsabi– lidad del cardenal Carpi. protector de la Orden franciscana. El cardenal nombró comisario general hasta el próximo capí– tulo a fray Francisco de Jesi. muy venerado de él y del Papa. Pero, a causa de la actitud del pueblo, prohibióles la predicación hasta nuevo permiso pontificio. En el capítulo general de 1.54,3 fué elegido vicario general Francisco de J esi; Bernardino de Astí siguió como primer definidor y procurador. A Francisco de .fesi corresponde la gloria de haber sacado airosa la reforma de aquel gran peligro. No era inferior el nuevo vicario general a Bernardino de Asti en santidad, amor a la obser– vancia y bondad de corazón; supo desengañar con tacto y pru– dencia a sus antiguos amigos que dentro de la Observancia se esforzaban por llevar adelante el movimiento de reforma y ahora acudían a él a proponerle la vuelta de los capuchinos a la comu– nidad para dar el paso definitivo; la humillación de los capuchi– nos parecíales oportuna. El segundo afío de su gobierno vió por fin disipada la nube: el Papa levantó a los capuchinos la prohi– bición de predicar a condición de que el vicario general vigilase las doctrinas que exponían sus súbditos; el pueblo sentía de nuevo simpatía por ellos. La caída de Ochino fué en definitiva un bien para la Orden. El entusiasmo y el prestigio de que se vió rodeado su nombre había constituido un peligro para la sencillez y sinceridad en que estaba el secreto de la eficacirr de la reforma capuchina; ésta recobró ahora su libertad de acción y se purificó de los elementos indeseables; los pocos religiosos contaminados de herejía siguie– ron al apóstata en su huída y los que no estaban identificados con los ideales capuchinos se volvieron a los ohservantes. Lo que se perdió en número se ganó en vigor y libertad. La Orden cobijaba

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