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312 i\IA:\UAL DE HISTOHIA FRAJ\"CISCA:\,\ fervor sin afectación y sus dotes de gohierno. La joven reforma sentíase ufana de contarle en sus filas. Tan a satisfacción de todos desempeñó el primer trienio de su gobierno, que en el capítulo general de 1542 fué reelegido sin vacilación, no obstante su porfiada resistencia. Pero desde enton– ces camhió totalmente su modo de ser. Aflojó en la observancia regular, se dispensó de la vida común y obtuvo privilegios perso– nales con pretexto de sus actividades apostólicas. En realidad él mismo se sentía muy distanciado de sus hermanos de hábito en sus doctrinas e ideales. El contacto con Juan de Valdés y su pia– doso cenáculo de Nápoles le venían retrayendo paulatinamente de su fe ortodoxa y su predicación tenía resabios de luteranismo; los teatinos le espiaban en todas partes y acabaron por hacerlo sos– pechoso en Roma. Su paso decisivo fué la protesta pública en Venecia contra la prisión de un agustino amigo suyo, por hereje. Fué llamado a Roma; de camino detúvose en Florencia, donde el agustino Pedro Mártir Vermigli y otros amigos del círculo de Valdés le advirtieron del peligro y le incitaron a la fuga. Enca– minóse a Ginebra, después de enviar el sello de la Orden a Ber– nardino de Astí, procurador general. La apostasía de Ochino fué la mayor calamidad de cuantas habían caído sobre los capuchinos en aquellos primeros años. En el sentir de todos había sonado para la pujante reforma la última hora. El pueblo, al verse burlado de aquella manera por su pre– dicador favorito, volvióse implacable contra sus hermanos de há– bito; en todas partes los capuchinos eran recibidos como hipó– critas y herejes; se les negaban las limosnas; los amigos relirá– banles su protección y los enemigos se gozaban con el triunfo seguro. Hasta hubo algunos capuchinos que se volvieron a los observantes. Paulo IIL pasando por Espoleto y divisando el ere– mitorio de los capuchinos. había dicho: c,Pronto no l1:1brá ya ni capuchinos ni conventos de capuchinos>); en la corte pontificia dábase por cierta la supresión. El Papa expuso en público consistorio el asunto de los capu– chinos. Casi todos los cardenales se declararon por la abolición; sólo el cardenal Sanseverino hizo oír su voz en favor de los acu-

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