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CAP. II.-LliCHAS EXTEHl\AS Y CRISIS INTEHNAS 307 ésta. Un nuevo breve de 2í de mayo, confirmando el anterior, (JUedó asimismo sin efecto. Tan seguro estaba LudoYico de lo inofensivos que eran los hreves obtenidos por Pisotti, que por d mismo tiempo siguió tomando conventos aun en Roma. En 1530 se fondaba también uno en l~ápoles JJOr iniciatiL1 de la clama es– pañola Lorenza Longo ( Lloncl, que más tarde fundaría las capu– chinas. Er1 esto intervino Quiñones, ahora cardenal, que no partici– paba de los puntos de vista de Pisotti, proponiendo una transac– ción. dirigida además a favorecer la reforma dentro de la Obser– vancia: libertad a los capuchinos J)nra su género de vida. pero bajo la obediencia Jireclci del general. Era ni nuís ni 1ncnos lo que él había conociclo eu Extremadura: pero esta solución era impusihle hajo el de Pisolli. Para entonces habíanse puesto de parle de los capuchinos per– sonajes tan importantes cunw Vitturia Culonna, el duque Lle No-· cera y otros, y cuando el procurndor de los observan!es pidió de nuevo la supresión, Clemente VlI nombró una comisión de car– denales para dirimir la contienda. El 14 de agosto dióse la reso– lución definitiva: en adelante los capuchinos no podrán recibir observantes, pero el ministro general se abstendrá de molestarlos bajo ningún pretexto. Hubo un momento en que parecía iba a producirse en el seno de la Observancia la deseada reforma conforme al gusto de fray Juan de .Fano y de otros fervorosos religiosos. El 16 de noviem– bre de 1532 salía una bula garantizando a los celantes la libertad para guardar la Regla a la letra. Pero Pisotti hizo con sus intrig:,s que quedase sin efecto, y entonces fué cuando, desengañados por fin, se sumaron a los capuchinos los más destacados paladines de la renovación: Bernardino de Astí, que venía reelamáudola desde 1513; .Francisco de J esi, doctor en derecho canónico: Bernardino Ochino, el más célebre predicador de Italia, y el mismo Juan de Fano, que venía por fin a dar la razón, a fuer de recto y humilde, a sus mismas víctimas. El cardenal Quiñones y los superiores de la Observancia, jus– tamente alarmados, no dejaron piedra por mover has'a que logra-

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