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284, MANUAL DE HISTORIA FRANCISCANA gio y defendidas las tesis públicas, eran proclamados tales por el ministro general. Los colegios teológicos eran pocos; ex1st1an en Roma, Asís, Padua, Bolonia, Nápoles, Malta, Praga, Colonia y Cracovia. Los gimnasios de primera clase eran unos diez, veinte los de segunda. y los de tercera existían en todas las provincias en gran número. Para regir los estudios inferiores en los gimna– sios solían ser designados los bachilleres que, terminados los cur– sos gimnasiales, no eran considerados suficientemente dotados para matricularse en los colegios. En cada estudio o colegio no podía haber más de dos maestros regentes. que podían ser auxi– liados por un bachiller o maestro en artes. A principios del si– glo XVIII aparece el prefecto de estudios. con autoridad sobre los lectores y estudiantes. En 1852 el general Jacinto Gualerni diri– gió una circular sobre la reforma de los estudios, dando normas para su reorganización. Según las actuales constituciones, los estu– dios filosóficos y teológicos se cursan en los seminarios de cada provincia; los jóvenes aventajados obtienen el grado de doctor en las universidades o en la Pontificia Facultad Teológica erigida en 1905 en Roma. Y los más destacados de ellos reciben el grado supremo del magisterio en teología de manos del ministro general. Por el mismo motivo que las otrus ramas franciscanas y las demás Ordenes religiosas. se han establecido desde fines del si– glo XIX los colegios seráficos, en que los jóvenes aspirantes reci– ben la formación humanista antes de ingresar en el noviciado. HoMmrns DE CIENCIA l\IJ\S Eí'IUNEi\TES. De la larga lista de los conventuales que han dejado un nom– bre en la historia de la cultura sacra o profana seleccionamos los más conocidos. Figuran como teólogos insignes en el siglo XVI el ya citado Cornelio Musso, Marco Antonio Pagani ( t 1585), Francisco de Mazzara ( t 15881 y el cardenal Constancio Torri ( t 15951, todos ellos comentadores de Scoto. En el siglo XVII sobresale el cardenal

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