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CAP. X.-LOS ESTUDIOS, LAS CIENCIAS Y LAS ARTES 251 cm lograban el rango de ((estudios generales)) los particulares de cada provincia, por el prurito risible de ostentar los que regen– taban las cátedras el títull'í y los privilegios de «lectores generales)). Desde fines del siglo XVI en ambas familias se obligaba a cada provincia, so pena de perder el rango de tal, a tener por lo menos tres casas de estudio con sus lectores. No obstante este rigor, había provincias que no llegaban a tener ese número. Las de la Europa central, mermadas por el avance protestante, se vieron obligadas durante bastante tiempo a enviar sus estudiantes a cole– gios extraños, particularmente a los de los jesuítas. El capítulo de 1526 había determinado que hubiese en la Or– den seis estudios generales, uno por cada <maciómJ ; pero pronto se echó en olvido esta disposición. Los observantes de Italia los multiplicaron, como ya se ha dicho, de tal forma que en 1682 sumaban 4,9; en cambio los reformados no admitían más que es– tudios particulares. Durante el siglo XVIII fueron también apare– ciendo estudios generales, si bien en menor número, en las demás provincias cismontanas, así los de Viena, Praga, Cracovia ... En la familia ultramontana el más importante seguía siendo el estudio de París. que mantuvo su carácter internacional hasta fines del siglo XVII. En virtud de una ordenación capitular de 1529 cada provincia de la Orden tenía derecho a enviar dos estudiantes de capacidad comprobada; las provincias ((confederadaSll de Francia tenían el privilegio de enviar ocho. Una provisión real de 154,7 limitaba a 150 el número de estudiantes, de los cuales sólo 25 po– dían ser extranjeros; después se fué reduciendo aún más la pro– porción de éstos. En Francia además gozaban de especial crédito el estudio general de Toulouse. El de Lovaina era frecuentado por jóvenes de las provincias germano-belgas. Los más famosos estu– dios generales de España fueron el de Alcalá, fundado en 1532, el de Salamanca y el de Valencia; en Portugal, el de Coimbra. Además de estos colegios de formación general, existían otros destinados a fines especiales, como los colegios de misioneros ya mencionados, los erigidos para los jóvenes irlandeses en el si– glo XVII en Lovaina, Praga y Roma, el colegio de estudios bíbli– cos fundado en Amberes por Guillermo Smits en 1767 bajo la

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