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24,2 MANUAL DE HISTORIA .FRANCISCANA San Ignacio y San Francisco, no obstante el opuesto criterio en punto a los ritos chinos. Pero en los comienzos del siglo XVIII la cuestión adquirió tal acerbidad con las intervenciones de los lega– dos pontificios, que degeneró en contienda escandalosa, con no pequeño daño de las cristiandades. En 1723 sobrevino la perse– cución, que en pocos años redujo el número de fieles a la tercera parte. Cuando en 174,2 apareció el breve de Benedicto XIV con– denando los ritos chinos, los misioneros hacían bastante con sos– tener los restos de las cristiandades desde sus escondrijos. Los franciscanos no abandonaron, con todo, el campo, si bien su labor tuvo que reducirse a las provincias del interior, donde era más fácil sustraerse a las pesquisas. Durante el reinado del emperador Kienlung (1736-1796) fueron encarcelados hasta ocho vicarios apostólicos franciscanos con otros muchos misioneros; merecen mencionarse Eugenio Piloti de Bassano ( ·l· 1756), Francisco Magni (t 1785), Joaquín Salvetti ( t 184,3) y el beato Juan de Triora, mar– tirizado en 1816. El tercer gran campo de irradiación de la provincia de San Gregario fué la península de Indochina. En 1580 llegaban a Co– chinchina algunos franciscanos procedentes de Manila, pero fue– ron expulsados. A los tres años probaron nuevamente fortuna, esta vez con éxito positivo. Bartolomé Ruiz logró levantar una igle– sia y asegurar la libertad para predicar el cristianismo. A princi– pios del siglo XVII los franciscanos españoles tuvieron que ceder el campo a los portugueses, por caer la región bajo el patronato lusitano; pero con el tiempo disminuyó de tal manera el número de misioneros, que el mismo vicario apostólico, Pérez, se vió obli– gado a llamar en su auxilio a los de Filipinas, entregándoles en 1719 todas las estaciones misionales. De Cochinchina se extendie– ron por Tonkín y Cambodya, despertando los recelos de las demás Ordenes misioneras que evangelizaban estas regiones; una inter– vención de Benedicto XIV afianzó el derecho de los franciscanos. Para 1750 administraban 4,4. iglesias, 20 oratorios públicos y 4,1 privados, con más de 30.000 cristianos, repartidos en Cochinchina y Cambodya. Pero poco después estalló una violentísima persecu– ción, que arrasó las iglesias y dispersó las cristiandades; algunos

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