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CAP. IX.-'vlISI01'\ES E'.'.TRE INFIELES indios; Juan de Plasencia, superior de la custodia desde 1579. misionero de fecundas iniciativas, organizador de las primeras reducciones para reunir a las tribus dispersas, para cuya instruc– ción cristiana levantó escuelas. imprimió catecismos, gramáticas y tratados diversos; el lego fray Lorenzo de Santa María, notable en el impulso civilizador llevado a cabo por los franciscanos me– diante la construcción de caminos y puentes, encauzamiento de ríos, cultivo de cereales y aprovechamiento de los cultivos de 12 tierra; Pedro Espallargas. que en 1656 inventó una máquina df tejer, perpetuada hasta nuestros días entre los naturales; Juan Clemente. que en 1578 levantó un hospital de leprosos, donde to– davía en 1897 se albergaban 150 víctimas de esta enfermedad. Por el mismo tiempo fundaban además los franciscanos un laza– reto militar y el colegio de Santa Potenciana para niños. Pero 1a labor más meritoria foé quizá la del estudio de las lenguas indí– genas con fines pastorales, en que dejaron obras preciosas. No hay seguramente en la Orden provincia de más glorioso historial misionero que la de San Gregario; mérito suyo es, al par que de las otras Ordenes misioneras que trabajaron en el mis– mo campo, el haher incorporado a la Iglesia la única nación cató– lica del Extremo Oriente. Durante el período colonial español los franciscanos construyeron más de 230 iglesias y fundaron incon– table número de pueblos. En 1890 tenían a su cargo la cura pas– toral de más de un millón de almas. Pero la corona que más enaltece a la provincia de San Gre– gorio es la epopeya martirial del Japón. Los primeros japoneses cristianos fueron bautizados en Goa en 15,l.3 por el oiJÍspo Juan de Alburquerque; serían los guías de San Francisco Javier. Des– de entonces los únicos evangelizadores del Japón ernn los jesui– tas. En 1582 hizo escala allí el lego fray Juan Pohre, regresando de su viaje a China; los fervorosos cristianos japoneses quedaron prendados de los ejemplos de humildad y pohreza del francis– cano, y llevaron su entusiasmo a escribir insistentemente a Filipinas pidiendo como misioneros a los hijos de San Francisco. Entre tanto. sobrevino la primera persecución de Taikosama, que obli– gó a los jesuitas a dejar abandonadas las cristiandades y perma-

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