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CAP. Xl.-MISIO:\ES E;,;TRE LOS ACATÓLICOS 137 Khambalik. En 1303 recibió el primer refuerzo de nuevos n11s10- neros. Cuando al cabo de <loce años llegaron sus primeras cartas a Europa, describiendo los frutos obtenidos y el favor que se le dispensaba en la corte del Khan, el Papa Clemente V planeó la cre?ción <le una amplia jerarquía misionera en China. Mandó al ministro generaL Gonzalo de Balboa, que designase siete religio– sos selectos para ser enviados como obispos sufragáneos de ~'Ion– tccorvino, a quien ellos consagrarían arzobispo de Khambalik, cnn jurisdicción sobre todo el imperio tártaro. Junto a los seis obis– pos (uno tuvo que retardar el viaje), púsose en camino una nutrida expedición de misioneros. Llegados al Malabar, gran parte sucum– bieron víctima de las fiebres, entre ellos tres obispos; los restantes continuaron su viaje entre penalidades sin cuento y quedó plan– tada la nueva Iglesia china. Entabláronse por entonces relaciones muy activas y eficaces entre el Khan de Persia y la Santa Sede. Bajo los pontificados de Juan XXII y Benedicto XII menudearon las expediciones, no sólo al Extremo Oriente, sino también a los demás territorios tár– taros. Uno de los más insignes misioneros de este tiempo fué el heato Odorico de Pordenone, que realizó su viaje de ida y vuelta por toda Asia entre 1318 y 133Q. Nuevo incremento recibieron las misiones con la embajada del nuncio pontificio Juan de Ma– rignolli, que partió de Avignon en 1333, acompañado de unos cincuenta misioneros, y llegó a Pekín en el verano de 134,2. Cuando en 1353 pudo entregar a Inocencio VI un mensaje del Gran Khan pidiendo más operarios evangélicos. el Papa escribió sin tardanza al capítulo general próximo a celebrarse. Pero eran días tristes aquellos que siguieron al paso de la peste negra. El llamamiento del Papa no halló eco sino muy débilmente. Lo grave fué que, antes que en Europa, la epidemia había causado una verdadera hecatombe entre los misioneros. Des– de entonces las vicarías de Oriente no pudieron levantar cabeza. Mas los heroicos supervivientes no cejaron en la empresa. Para 1370 aquel grandioso despliegue misionero había quedado redu– cido a unos cuantos centros, mal atendidos por religiosos ancianos y sin arrestos, de ellos bastantes indígenas de conducta poco re-

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