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CAP. XL-MISIONES ENTRE LOS ACATÓLICOS 127 a Siria, el santo fundador acaricia cada vez con mayor anhelo su sueño de cruzada espiritual; fracasa también en su viaje a Es– paña, hacia 1213, con intento de evangelizar a los moros o derra– mar su sangre por amor a Cristo crucificado; en 1219 tiene lugar su viaje a Egipto, más pensado y mejor preparado; esta vez, en medio de su fracaso personal en las esperanzas de convertir al sultán o padecer el martirio, el éxito corona la empresa: se esta– blecen permanentemente las misiones franciscanas en Levante. Como resultado de este viaje y de la nueva gozosa del martirio de San Berardo y sus compañeros en Marruecos, aparece en la Regla de 1221 el capítulo De euntibus inter saracenos et alias infideles, novedad de primer orden en la legislación monástica. Este capítulo precede al que trata de la predicación en países cristianos, y se ve el interés por darle una importancia primor– dial en los fines de la Orden. En la Regla de 1223 la presión del partido reaccionario obliga al santo a amoldar el capítulo de las misiones a una concepción menos idealista y más jerarquizada. Finalmente, con la bula de Honorio III enviando franciscanos y dominicos a Marruecos en 1225, vió el fundador añadirse la mi– sión pontificia al impulso que él imprimiera. La fuente de donde procede el ideal misionero en la concep– ción franciscana es la misma de donde deriva el ideal total de perfección: el seguimiento de Cristo crucificado del modo más perfecto posible. <(_:\Jo se tenía por amigo de Jesucristo-escribe Celano de San Francisco-si no amaba a las almas que Él am0 hasta el extremo de ponerse en la cruz por ellas.n El martirio por Cristo era para el santo la suprema aspiración. De los primeros ensayos misioneros franciscanos se deduce, además, que consti– tuía el motivo principal de las expediciones a países infieles. El fraile menor no se hace misionero primariamente para convertir infieles o extender la Iglesia, sino para padecer por Cristo. A tra– vés del ideal de pobreza puede considerarse también el martirio como la máxima realización del desprendimiento total, aun de la propia vida. Es, por lo tanto, la labor misionera la escuela suprema del ideal franciscano. San Francisco lo enseñó así en la conocida parábola de la perfecta alegría y en la efusión de su

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