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CAP. X.-APOSTOLADO ENTRE LOS FIELES 119 nana del Papa en toda la Iglesia; era además una consecuencia de la sumisión directa a la Santa Sede profesada por los frailes menores y expresada terminantemente en la Regla: ((Fray Fran– cisco promete obediencia y reverencia al señor Papa Honorio y a sus sucesores que canónicamente entraren, y a la Iglesia ro– mana.>) Esta ccsumisión sin intermediario a la silla apostólican era lo que, en frase de Alejandro IV, hacía acreedores a los frailes menores a la especial confianza y a los privilegios con que eran distinguidos. No hemos de extrañarnos, pues, de ver, ya desde el principio, el hábito franciscano en la corte pontificia. Los menores aparecen corno capellanes, sacristanes, predicadores y penitenciarios ponti– ficios. Los Papas, sobre todo, pasando por encima de la expresa consigna de San Francisco, que quería a sus hijos verdaderos ((menores)> en la Iglesia, elevaron sin cesar a éstos a las más altas dignidades. Honorio III y Gregorio IX respetaron la voluntad del fundador; este último, que elevó al episcopado hasta treinta y un dominicos, sólo nombró un obispo franciscano, el de Marruecos; pero los sucesores juzgaron que el bien de la Iglesia estaba por encima de la humildad minorítica; sólo Bonifacio VIII escogió cuarenta y dos obispos de la Orden de Menores en nueve años. En total los obispos franciscanos fueron doscientos cincuenta en el siglo XIII, setecientos cuarenta y seis en el XIV, setecientos noven– ta y uno en el XV y setenta desde 1500 hasta 1517. Los cardenales fueron veintinueve en los tres siglos y los nuncios y legados pon– tificios pasaron de trescientos. Con frecuencia eran elegidos por los mismos cabildos catedralicios, pero ordinariamente los nom– braba la Santa Sede directamente. La Orden miró, en el siglo XIII, con gran prevención este crecimiento del número de obispos y t¿rnó medidas enérgicas para moderarlo y para salir al paso a la indisciplina que de aquí pudiera originarse, si la ambición lan– zaba a los religiosos por este camino. Las constituciones de Nar– bona privaban de toda participación en los bienes espirituales de la Orden a los que aceptasen el episcopado sin la aprobación del ministro general o provincial, decisión que fué corroborada en diversas ocasiones por documentos obtenidos de los Papas.
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