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CAPITULO X APOSTOLADO ENTRE LOS FIELES AL SERVICIO DE LA SANTA SEDE. Las dos grandes Ordenes mendicantes hacen su apanc1011 en el momento del máximo apogeo del pontificado. El clarividente Inocencio III y el no menos clarividente Gregorio IX (Hugolino) se percataron muy pronto del apoyo que las dos nuevas fuerzas suponían para la acción espiritual de b Santa Sede en la cris– tiandad y fuera de ella, en una coyuntura en que, frente a las ambiciones imperiales y a las pretensiones de los nuevos estados nacionales. no podían ya echar mano ni del prestigio de las aba– días ni del resorte de las cruzadas ni de la tregua de Dios. Por eso desde un principio los frailes menores y predicadores fueron, ya lo hemos visto en parte, los hijos mimados de la sede apostó– lica y los preferidos para empleos y comisiones de confianza. Estos emisarios, nada sospechosos de miras interesadas, podrían pene– trar en todas las cortes y abordar todas las gestiones; además, por medio de ellos el pontificado podría apoyarse en el pueblo contra los poderosos enemigos de los intereses de la Iglesia. La exención de los mendicantes era muy diferente de la exención feudal anterior, por la que un monasterio lograba su autonomía ofreciendo vasallaje a San Pedro. Esta nueva forma de exención no era tanto un privilegio de los frailes cuanto una manifestación y un requisito del ejercicio de la jurisdicción ordi-
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