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CAP. IX.-LA ESPIRITL'ALIDAD FRANCISCANA 113 Capistrano ( t 14,56), brazo derecho de los Papas en los años difí– ciles del apogeo otomano; San Pedro Regalado ( t 14,56), proto– tipo de los moradores de los eremitorios reformados de España; San Diego de Alcalá ( t 14,63), el humilde hermano lego que alcan– zó universal popularidad; San J acobo de la Marca ( t 14,76), muy semejante a San Juan de Capistrano en sus actividades al servicio de la Iglesia. Entre los beatos merecen destacarse los misioneros mártires Juan de Perusa y Pedro de Sassoferrato (t 1231), To– más de Tolentino ( t 1231 ), Gentil de Matelica ( t 134,0) y Nicolás de Tavileis ( t 13681; y entre los confesores, Gil de Asís ( t 1262), Juan de Parma ( t 1289), Conrado de Ascoli ( t 1289), Odorico de Pordenone ( t 1331 L y los observantes Tomás de Florencia 1 t 144/), Marcos de Bolonia ( 14,79) y Bernardino de Feltre 1·r 14.94,l. INFLUJO E:'/ LA LITURGIA Y EN LA DEYOCIÓN POPULAR. Uno de los fines providenciales de las Ordenes mendicantes fué tender un puente entre la vida litúrgica tradicional, recluída en los monasterios y colegiatas, y las exigencias religiosas de aquella nueva sociedad. La movilidad y los nuevos rumbos del aposto– lado, junto con la intensidad de los estudios, no se avenían bien con las largas horas diarias de la liturgia laudatoria desarrollada por el monacato. No es, pues, de extrañar que, usando de la facul– tad de que en el siglo XIII gozaba cada instituto religioso de orde– nar libremente su vida litúrgica, los frailes menores fueran evolu– cionando hacia un culto más abreviado y al propio tiempo más próximo a la piedad individual. El ejemplo lo dió el mismo San Francisco. Nadia miraba con más espíritu de fe y veneración que él las manifestaciones litúr– gicas, como atestigua Celano; pero era una fe práctica que tenía por objeto ante todo la Eucaristía y cuanto con ella va unido: templos, sacerdotes, vasos sagrados. En el oficio divino no veía tanto la solemnidad de una oración social cuanto el cumplimiento de un tributo de alabanza a Dios y el cauce oficial de su devo– ción personal. En un principio la fraternidad ni siquiera poseía R
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