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CAPITULO I EL REGRESO DE LOS EMIGRADOS La amistad de los religiosos capuchinos con el obispo Schumacher, fielmente observada durante su destierro colombiano y su ascendiente nunca desmentido en las provincias conservadoras de Imbabura y del Carchi mantenían alerta a las aut01idades gubernamentales, aun después de la derrota y sacrificio del principal promotor de su expulsión, el corifeo revolucionario Eloy Alfara. Vaiias veces intentó el ecuatoriano, P. Bernardino de San Isidro, volver a los lares patrios; y otras tantas tuvo que renunciar a sus sueños de avecindarse, porque apenas ponía los pies en su tierra, fuerzas de policía se movilizaban para capturarlo. Pero un buen día, alguien que ni era ecuatoriano ni colombiano ni siquiera de la provincia de Cataluña sino de la de Castilla, el navarro P. Florencia de Artavia, residente en Venezuela, de cuya misión había sido superior regulai· (1924-1927) fue promovido por el P. General, Vigilia de Valstagna a comisario de Ecuador-Colombia, asistido por los padres Cayetano de Carrocera y Heliodoro de Túquerres (1). No se razona el decreto , que tanto pudieron dictarlo irregulai·idades canónicas como rivalidades fraternas. Ni de lo uno ni de lo otro faltan indicios. Opina el P. Clemente de Tulcán que de la amistad del P. Florencia con el médico ecuatoriano, Dr. Sáenz, contertulio asiduo en Caracas, pudo nacer el empeño por recuperar las residencias capuchinas de Tulcán y de Ibarra (2). Era a la sazón presidente de la república ecua– toriana el Dr. Juan de Dios Maiiínez Mera, cuyo breve mandato (en 1934 le suplanta Velasco !barra) se define como de plutócratas, sin radicalismos políticos. 81
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