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vento, hiciéronlo cuartel". Los soldados se dispersaron por celdas y dependencias hambrientos de botín. Hallaron cerrada una, que creyeron la del tesoro. A culatazos tiraron la puerta. Hallaron unas botellas, les rompieron el gollete y febrilmente intentaron apurarlas; pero no menos fieramente las arrojaron con todos sus orines. "Los capuchinos fuimos los únicos religiosos del Ecuador expulsa– dos por Alfara" (14). Habían trabajado los capuchinos en Tulcán y sus aledaños poco menos de cuatro lustros : pastoral de sacramentos y de la palabra, hospital, visitas a enfermos, promoción humana. Y aquella ciudad que "antes era pajiza, contándose solamente tres o cuatro casas de teja" había mejorado sus viviendas hasta poder presumir algunas de elegantes. "Con la fundación, transformóse la ciudad completamente" (15). Un grnpo notable, por su número y rango, de señoras de !barra, expidió al dictador Eloy Alfara airada protesta por habérseles privado , con el inicuo destierro de los capuchinos, "de un bien de valor in– apreciable... Nada haréis que os debamos agradecer, si p1imero no empleáis el poder en conservar respetada y venerada nuestra divina Religión y todo cuanto a ella pertenece" (16). Al precedente manifiesto alude el P. Francisco de Artesa de Segre en la segunda de sus cartas abiertas al presidente Alfara. Y de él copia aquella cláusula (toda en letras capitales): "UNA NOCHE OSCURA Y LLUVIOSA, A PIE, CERCADOS DE ESCOLTA, FUERON SACADOS (los capuchinos) DEL PALMO DE TERRENO, QUE PIDIERON PARA VIVIR EN NUESTRO PUEBLO Y FUERON EXPULSADOS DEL PAIS EN QUE SOLO HACIAN BENEFICIOS". En ambas cartas, que conieron impresas (Túquerres 20 de abril y 5 de mayo de 1896) va describiendo el P. Artesa las múltiples vejaciones sufridas por culpa de los esbin:os del general Manuel Antonio Franco y en ambas se insiste sobre la sinrazón e injusticia que se han cometido con los capuchinos. "Con esto lo que intenta el señor Alfara es des– catolizar al Ecuador. Se quiere destruir el reinado del Sagrado Corazón de Jesús y en su lugar establecer el reinado de Satanás, a quien se adora en los templos de las logias masónicas". El "maldito árbol de la libertad, plantado por Alfara", debiera llevar en todas sus hojas, dispersas por el viento, "este fastidioso letrero, resumen, compendio y final de su obra: LIBERTAD, RUINA Y PERDICION". Final trágico el de Eloy Alfara, quemado por la chusma enardecida, de cuyas manos fue incapaz de librarle el Ilmo. y Rvmo. Dr. Fededco González Suárez, arzobispo de Quito (17). 70

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