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hubo de prescindir de ciertas manifestaciones públicas del culto, como la administración solemne del viático a los enfermos. Y no fue capricho, sino temor justificado de graves incidentes. Aquel discreto proceder pastoral venía acentuado por una con– ducta no menos discreta y cristiana cuando la revolución de marzo de 1895. Puntualiza el P. Angel de Villava que radicales de la costa y conservadores de la sierra se aliaron en un principio contra el gobierno del progresista Dr. Luis Cordero. Y que cuando el asalto a Tulcán, gubernamentales, conservadores y radicales fueron a refugiarse al convento, porque ignoraban unos y otros quiénes eran los atacantes de tumo. "A todos atendimos como pudimos y todos quedaron muy agradecidos" (10). El jefe de los asaltantes (6 de marzo) pertenecía, según se des– prende de acontecimientos posteriores, a la facción de los conservadores, era "amigo nuestro". Quedó herido en una pierna. El gobernador de la plaza, "también amigo mío", único médico en la ciudad, "se la cortó con la sierra de un carpintero" (subr. original). El P. Antera presenció la operación, no tan asesina que no permitiera al mal herido acomodarse una pata de palo. Gobernador y comandante de la plaza entregaron al P. Angel su dinero, para que lo tuviera a buen recaudo. El gobernador le daba cuenta de los telegramas cifrados del Gobierno y le consultaba sobre el particular. No era poco embarazoso para el custodio provincial tener invitados a la misma mesa al jefe de los conservadores y al delegado gubernativo. Los días 5 y 6 de mayo se enfrentaron conservadores y liberales en la más fiera batalla. Actuó de parlamentario el P. Villava, que no pudo conseguir avenencia. Los conservadores tuvieron que abandonar Tulcán. Por el mes de octubre de 1895 era proclamado presidente el triunfador de Guayaquil y Quito, Eloy Alfara. En tan crítica situación y antes de que fuera tarde, llevóse el P. Angel a Túquerres los libros de las bibliotecas de Tulcán y de Ibarra y algunos vasos sagrados (11). Por el mes de marzo de 1896, expulsión de la comunidad capu– china de Ibarra. A los pocos días, telegrama del presidente Eloy Alfara al gobernador del Carchi. Luciano Coral, en el que se prevenía que no desterrase de su provincia religioso alguno, salvo al que hiciese política; esto es, comenta Wilfrido Loor, al que protestase por el atropello cometido con el obispo Schumacher o propugnase los derechos de la Iglesia, conculcados por el gobierno liberal. No faltan con todo indicios 68
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