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fuerzas gubernamentales y ponerse bajo la protección de los moderados Landázuri y Salazar; porque, al abandonar su fracasada empresa el general, partidario del dictador Veintimilla, pensó justificar su fiasco sin otra explicación que ésta: "Los capuchinos han sido la causa de esto" (7). Consignamos el hecho como hipótesis, acorde con las tendencias políticas de Manuel Antonio Franco; puesto que el cronista no revela el nombre del general amohinado. El convento estaba casi en frente del cuartel. Se puso guardia en la portería del primero y se montaron dos cañones a la puerta del segundo . . Y se dio orden de disparar contra el pueblo a la menor señal de protesta y de mantener cenadas puertas y ventanas de la vecindad a partir de las seis de la tarde. A nadie se permitía transitai· por las calles, pena de la vida(8 ). Entre dos filas de bayonetas y bajo un aguacero en denumbe, salieron del convento los religiosos a las 11 ,30 de la noche. Al llegar a la plaza de Santo Domingo temieron llegada su hora: los soldados se hicieron a un lado, cargaron los rifles y pagaron las candelas ¿Fuego graneado y anónimo? Dícese que el silencio sepulcral de la gente, que se había arremolinado en tomo, les salvó la vida. Penalidades sin cuento hasta llegar a Puntal (Bolívar), en donde el pueblo comenzó a socorrer– les con ropa de abrigo y alimentos; y desde donde los soldados, rebeldes a su jefe de escolta y simpatizantes con los suflidos y callados frailes, se convirtieron en sus mejores auxiliai·es. Por temor a que el vecindario de Tulcán intentai·a arrebatarles la presa, diose orden de intemai·se por caminos descarriados hasta la frontera de Colombia. El 24 de marzo se abrazaba en Túquerres con sus hermanos. Once capuchinos habían entrado 23 años antes (julio de 1873) en la ciudad de !barra, bajo arcos de triunfo y resonar de vítores y clarina– zos; y once capuchinos la habían t enido que abandonar un 16 de marzo de 1896 , entre bayonetas caladas y sollozos angustiados. Con los capuchinos de !barra fue también expulsado su amigo el canónigo don Nicolás de Ayala, ecuatoriano como el P. Francisco de !barra, fray Pablo y fray Pastor de Tulcán y el hermano Elzeario, donado (9). En TULCAN habían entrado pacíficamente dos mil alfaristas el día once de octubre de 1895. Era evidente que la mayor paiie de aquellos soldados, reclutados violentamente en las provincias de Imba– bura y del Carchi, no tenían ganas de pelea. Como encarcelai·on al señor párroco, quedó a cargo de los capuchi– nos todo el ministerio pastoral. Y por consejo del vicario general, se 67

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