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El 16 de marzo de 1896, a las 2,30 de la tarde, se presenta en el convento de !barra un oficial del ejército, "comisario de orden y seguridad" con su piquete de guardia. Trae consigo la orden cursada por el gobernador de Imbabura, Abelardo Moncayo, tal cual se la había intimado el inspector general del ejército, Manuel A. Franco: '.'Habiendo regresado hace pocos días a esta ciudad los PP. Capuchinos, que tuvieron a bien abandonarla por seguir al famoso Obispo Schuma– cher, enemigo jurado de nuestra Patria y de su actual Gobierno, éste ha tenido a bien disponer que dichos Padres regresen a seguir acompañan– do a su tan digno Prelado en donde aquél se encuentra". "Con tal motivo, Vd. se servirá hacer notificar inmediatamente, por medio del Señor Comisario de Policía, a todos los referidos Padres llegados últimamente de Colombia, para que en el perentorio término de seis horas, desocupen la ciudad, y en el de la distancia, el territorio de la República, sin excusa ni pretexto alguno; debiendo efectuarlo por la misma vía por donde vinieron y haciéndose presentes a su paso por Tulcán al Señor Gobernador de aquella Provincia, para que a dicha autoridad conste la salida de estos Sres. y pueda participar inmediata– mente al Gobierno. "Esta Superioridad espera el más estricto y exacto cumplimiento de lo Ordenado... ", tanto de parte de la respetable autoridad de Ud. como de la del Señor Comisario de Policía". Manuel A. Franco. "Lo que tengo a bien transcribir a Ud. para su cumplimiento . A. Moncayo" (5). Taimado se mostraba el tal general Franco . Cierto que a principios de aquel mes de marzo había habido algún cambio en la comunidad de !barra por la reciente distribución de familias; pero cierto asimismo, como se lo demostró el superior local, P. Serafín de Arenys de Munt, que ninguno de los allí residentes había acompañado en su destierro al Ilmo. Schumacher. Y ellos lo sabían, por la refriega que se tuvo en Calceta y el arresto subsiguiente de los dos padres, Aviñonet y Cebrones, en el convento de las betlemitas durante las horas en que los radicales se adueñaron de dicha población. Tan evidentes parecieron las pruebas al oficial comisario y su gente, que por dos veces recurrieron al testa– rudo general inspector Manuel A. Franco, que no halló otra respuesta que la del "más estricto cumplimiento de la orden terminante y peren– to1ia que le fue comunicada a las 2 p.m. del día de hoy por el Sr. Comisario de Policía de esta ciudad"... "a fin de evitar consecuencias que les pudieran ser verdaderamente desagradables" (6). Tal vez algún resquemor venía corroyendo a aquel bravucón nnti– cle1ical, desde que por los buenos oficios de los PP. Baltasar de Savellá y Miguel de Prats, pudo salvarse la ciudad de !barra del asalto de las 66
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