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en la iglesia: lo que es posible, porque duermen con el hábito... De pan, carne, huevos anda el convento casi siempre escaso, porque no siempre reciben limosnas de esta clase y entonces como no pueden comprar, tienen que privarse, porque el dinero les está prohibido" (2). Por la rudeza del clima se vio precisado a renunciar a una hospita– lidad que le resultaba tan grata, y trasladarse a Samaniego (Colombia), en donde falleció el 15 de julio de 1902, contagiado por una familia apestada, a la que había atendido con generoso celo pastoral. EXPULSION DE LOS RELIGIOSOS CAPUCHINOS Asienta Wifrido Loor en su biografía "Eloy Alfaro" que la persecución religiosa, reactivada con el triunfo del radicalismo liberal, se había fraguado en la Logia, no. 31, Luz del Pichincha, fundada en Quito por los hermanos peruanos del triángulo. Fue su lema promotor "la destrucción de los nefandos cuervos que sustentan el fanatismo y el jesuitismo" (3). Los capuchinos mantenían dos casas abiertas en Ecuador: las de Ibarra y Tulcán. En la distribución de familias de 1893 (2 de marzo) se destinaron a la "Misión de Manabí-Esmeraldas" a los padres Gaspar de Cebrones, como presidente; Antonio de Pupiales y Antonio de Cala– mocha -y a fray Martín de Ledigós y fray Felipe de Pasto, hermanos legos-. Al convento de Túquerres había sido incorporado el P. Angel de Aviñonet que, ante el avance revolucionario por la región costera, debió de recibir la comisión de cerrar, con el padre Gaspar de Cebrones, las casas de San Francisco (Manabí) y de La Concepción de Rioverde (Esmeraldas) y ponerse a las órdenes del obispo Schumacher. El custodio provincial, P. Angel de Villava, bien convencido de que "el Gobierno radical de Alfaro no quería a los Capuchinos ni a la Religión Católica", se apresuró a habilitar y acondicionar el convento de Pasto, para el caso presumible de expulsión (4). Se me figura que la animadversión alfarista contra los capuchinos fue más por credo político que apostólico: su influjo social en las provincias de Imbabura y del Carchi, de arraigada tradición conserva– dora y católica, tal vez integrista, mal avenida con el radicalismo liberal. Tampoco ignoraban (y bien- lo dio a entender el inspector general del ejército) su simpatía por el más calificado de los integristas, el obispo Schumacher. 65

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