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destierro; y el P. Pedro de Llisá misionero en el Istmo". Por lo demás, aceptaban gustosos Ibarra y su región, más desatendidas sin duda que la capital de la República (4). En vaporcito fluvial continuaron hasta Bodegas o Babahoyo, capital de la provincia de Los Ríos, y centro de provisión de las cara– vanas que se dirigían a la sierra. Desde Babahoyo hicieron de espoliques un comandante y dos sargentos de los que habían acompañado a García Moreno en la jornada de Jambelí. Hasta llegar al camino real (unos 3,500 m. s/n. mar) hubo trechos de vegetación tan moza y tan espesa que se dejó al instinto de las cabalgaduras marcar el camino. En Gua– randa llamóles la atención el martilleo anárquico y vibrante de un centenar de operarios, entretenidos en herrar las bestias de o para la sierra. Al faldear el Chimborazo temieron congelarse, pese al caucho, zahones y gorro impermeable de que a cada uno habían provisto sus guías. Al P. Lorenzo de Matará apearon de la montura enhiesto y esparrancado como aspa de San Andrés. Fricciones, friegas y masajes volvieron el calor y la flexibilidad a sus miembros, sin quiebra de hueso ni de músculo: que todo era de temerse en su helada rigidez. Pasaron la noche en el albergue misérrimo de Chiquipoyo. Desde Ambato a la capital, en cómoda y elegante diligencia. Y desde Latacunga, escoltados por mensajeros franciscanos y dominicos, con los que hicieron su entrada en Quito el día 24 de junio de 1873 los once primeros misione– ros capuchinos. A instancias de los padres dominicos (italianos los más de ellos, como los agustinos de Guayaquil) tuvieron que distribuirse entre el convento de Santo Domingo, que tenía celdas preparadas para los once expedicionarios, y el de San Francisco (el Escorial de los Andes) al que parecía empujarles la librea. Autoridades civiles y religiosas de la capital, empeñadas en torneo de gentilezas, parecían disputarse la primacía en dar su saludo, desear toda suerte de bienandanzas y brindarse al servicio de los nuevos hués– pedes, sencillos y abrumados. El Presidente de la República, Excmo. D. Gabriel García Moreno, se entretuvo en charla amigable con aquellos religiosos capuchinos, cuya expulsión de Guatemala y El Salvador recriminó a los respectivo·s gobiernos, "que no son otra cosa que rueda de la gran máquina masónica. Nuestro Ecuador está libre de esa calamidad". Cuando uno de los frailes le endilgó, sin que se lo pregunta– ran, que por Centro América y Colombia le motejaban de tirano y de peores apelativos, sonrióse el presidente y con voz un algo entonada repuso: "Sí, porque no tolero ni toleraré jamás a los impíos ni a los ladrones". 21

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