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propio presidente de hacer venir el número de sacerdotes capuchinos que estimare necesario, para fundar un convento en !barra (3). Por compromisos pastorales con el obispo de Panamá, Ilmo. Antonio Parra, que tan paternal acogida les había dispensado, continua– ron sus fatigosas y fructíferas correrías por el valle del Chiriquí, fron– tero de la república de Costa Rica, durante cinco meses. Cuando em– barcaron en el Montijo, rumbo a la ciudad de Panamá, estallaron, con las salvas de honor, fuertes sollozos de la muchedumbre que les había acompañado hasta el puerto y que envidiaba la fortuna de la nación ecuatoriana, tan diversa de aquella su república de Nueva Granada (la nación panameña no se independizó de la colombiana hasta el 4 de noviembre de 1903), enemiga y adversa1ia de las órdenes religiosas. "¡Adiós, dignos hijos de San Francisco -exclamó un joven militar-. Dichosos los Gobiernos que favorecen las Ordenes Religiosas!". "Nuestro viaje fue feliz -comenta el PBI (Padre Bartolomé de Igualada)- a lo menos no tan incómodo como a la ida; pues tuvimos con qué pagar para pasar sobre cubierta, dejando el lugar que ocupába– mos antes a unas doscientas cabezas de ganado, nuestros compañeros de viaje". Desde Panamá a Guayaquil en primera clase. El día 15 de junio de 1873 se despedían del Istmo en el vapor Santiago, que, al cabo de cuatro singladuras, enfilaba proa aguas arriba del Guayas, frente a la Isla del Morro. Sorprendióles la gran urbe costeña por el calor, por la humedad, por los esteros, charcas, ciénagas y tembladeras, foco de pegajosa fiebre amarilla; y por su activo comercio de exportación, principalmente de cacao. Recibieron la visita de varios delegados del Gobierno, del obispo de !barra, de un canónigo guayaquileño, hermano del presidente García Moreno, en cuyo nombre les manifestó que desde mucho tiempo atrás, noticioso de su apostolado en América Central, deseaba tenerles en Ecuador. Y les ofreció fundar en Quito, si lo tenían a bien, aunque S. E. estaba empeñado en avecindarles en !barra, cuya reconstrucción y la del convento de San Francisco estaba llevando a cabo; igualmente interesa– do se mostraba por la provincia de Manabí que podía considerarse tien-a de misión a causa de la total ausencia de clero. Respondióle el P. Lorenzo de Matará, en gracia de su veteranía: que procurarían no defraudar sus esperanzas; pero que faltaban "los grandes misioneros que teníamos en Centro América, el P. Esteban de Adoain, que está en España, quebrantado por la edad y al1ora por el 20

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