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Su mísera vivienda no estaba mejor provista que la capilla de Gualea: una cama destartalada, un banco sucio, ninguna silla, porque no había con qué mercarla; ni mesa, ni platos, ni cucharas, ni tenedores ni cuchillos, ni batería de cocina, ni un centavo para poder acomodarse pobremente. Y "con una gente que nada sabía de pagar derechos parro– quiales, y que con facilidad se negaban a casarse o a bautizar a sus hijos, si se les reclamaba tales derechos". Un algo debió de remediarse para el mes de noviembre del 51, puesto que estaba empeñado en la constrncción de vivienda (supongo que con el recurso de las mingas), que por el momento constaba ya de una habitación y de un salón para los muchachos, a los que intentaba arrancar de sus bo1Tacheras dominicales. La cocina y el comedor queda– ban para la nueva campaña (41). Mucho puede la juventud aliada con el espíritu misionero. Pero ¿no es tentar a Dios exponerse a situaciones tan extremosas? * * * Faltan elementos para enjuiciar con precisión cierto rnmor sobre cavilaciones del P. Ruperto a punto de volverse a la provincia, presa del desaliento; y sobre que el guardián de !barra, P. Serafín de Lezáun, se había dejado decir "que había que comenzar luego a pensar en el viaje de regreso" (42). Desazones y motivos de desaliento no faltaban: el custodio Ruperto, que ya en Pasto había sentido el primer latigazo, se resentía de su salud; de los cuatro puntos cardinales le llegaban noticias agua– fiestas: agotamiento en las fraternidades de zona urbana por el ímpetu, tal vez inmoderado, de su celo pastoral; inseguridad estructural del seminario seráfico; soledad y vida precaria (que al P. Ruperto dolían hondamente) en el Intag, Gualea y Mariano Acosta. Y sin recursos, ni personal ni financiero, para remediar esta situación. Por eso clama al provincial de NCA que les haga una visita y compruebe por sí mismo "lo difícil que es dar a la custodia del Ecuador el empuje que necesita, sobre todo en los principios". Con más vivas instancias reiteran la misma invitación las fraternidades de !barra y de Quito (43). Mas el provincial Serafín de Tolosa era a la sazón hombre de zapatillas mas que de zapatos y de sillón frailuno mas que de montura. Alega que le asusta "andar a caballo" y mucho más todavía el costo del viaje (44), razón que a ninguno de sus sucesores ha de atenazar. 144

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