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doctrina cristiana. Hacen falta por lo menos cuatro sacerdotes para atender esta región, como indicó su ilustrísima. "Tener aislado aquí a un solo capuchino es matarlo corporal y espiritualmente". Al mes de su experiencia en el Intag pide traslado a la Argentina o a Chile, porque le consume la soledad de 3.000 hombres dispersos. "Tengo ganas de vivir en comunidad". No pasa penuria. Vive sobria– mente. Tampoco le faltan visitas. En una de ellas, niños y niñas de las escuelas, con sus maestros al frente, le inunda la vivienda de frijoles, arroz, huevos, arvejas, naranjas, aguacates y piñas, con que se siente abastecido para un par de meses. Escasea la carne. Apenas se mata alguna res los domingos y algún chancho entre semana. Ha podido proveerse de colchón, jofaina, sartén, un plato y cubiertos de mesa. Tiene programadas cuatro fiestas, cada una de las cuales puede rentarle hasta 200 sucres; espera coronar el afio con un remanente limpio de mil sucres. Persiste sin embargo en su deseo de volar a Chile o a la Argentina. Está fatigado de tantas misas cantadas, sermones, cabalgatas a García Moreno, Vacas Galindo, Chinipamba y Cuellaje, en donde, por delegación de rvlons. Mosquera, ha bendecido la primera piedra de la nueva iglesia (36). b) Mariano Acosta.- Mariano Acosta y la región septentrional de Maldonado fueron el pretexto jurídico para la vuelta de los capuchinos a Ecuador. "A título de misión --escribe el P. Clemente de T.- acepta– mos todo esto, para que el gobierno masónico nos pennitiese establecer– nos en Ecuador". Y ésa es la leyenda grabada en el cuño o sello oficial de aquella parroquia o cuasi parroquia: "Misión de S. Francisco de :Mariano Acosta. Diócesis de Ibarra. PP. Capuchinos" (37). Su extensión, de unos 370 kmts. cuadrados, inclusos los bosques de Pisque y los páramos de Angochagua, al este del volcán lmbabura y a unos 60 kmts. de !barra, que es su capital civil y eclesiástica. Núcleos principales son el de Ma1iano Acosta, con 70 viviendas; Guanupamba con los recintos de San Juan, La Yunguilla, La Palmira, Mirador Alto y Pilcacho, alberg-ados en 300 viviendas; y Puetaquí, con sus agregados de El Cebollar, C Jlimburo, Chogllonegro y el Alisal, en 250 chozas o habitaciones vecinales. Censo de población, próximo a los 3.000 habi– tantes (hoy ::-mpliamente rebasado), indios en un 70 o un 75%, des– cendientes de aquéllos que a principios de siglo abandonaron Anchagua y la Rinconada por estos bosques y páramos tendidos a más de 2.700 metros, en las estribaciones de la cordillera oriental. La minoría blanca, liberal y laica, constituye el resto de la población, entre un 25 y un 30%, beneficiarios y caciques en cuanto se les alcanza. El tifus, sarampión y la viruela parecen enfermedades endémicas, que venían cobrándose 141

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