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gramas al custodio de Colombia Occidental, P. Ambrosio de Rosario, que los interpreta como desesperado SOS y le remite 500 pesos colom– bianos, 356 en misas y los 144 restantes a crédito sin interés; a los tres meses le reclama la devolución de éstos últimos, porque "si no nos caemos, por cierto que tambaleamos" (25). Acude también al embajador espafi.ol en Quito, D. Antonio Villa– cieros, que le gira 2.000 sucres, "en señal del aprecio que siente el Gobierno español por la benemérita labor que los Padres Capuchinos, bajo la acertada dirección de V., llevan a cabo en Tulcán, así como para significar el apoyo que quiere en todo momento prestarles" (26). Para el mes de mayo tenía ya dispuesta una casita o cobertiza que había de servir de comedor a los futuros colegiales; estaba gestionando afanosamente el montaje y habilitación de armarios, calzadero , camas, sanitarios, etc. (27). Pero su optimismo no es completo; sospecha cierta confabulación claustral, y no de sus coterráneos, y le disgusta que se haya encargado al P. Angel de Murieta predicaciones en Manabí, cuando tanto le necesita para reclutar vocaciones y para organizar tómbolas-bazares con que remediar la flaqueza de recursos. Tal vez en atención a estos requerimientos del P. Ucar se inician las campañas vocacionales, que con los años se irán sistematizando, y que desde las primeras a las últimas, con raras excepciones, exigirán mucho sacrificio. Ni a las crónicas ni a la correspondencia oficial trascienden tales heroicidades. Me consta que apenas algo de lo que desgranaron en conversaciones privadas tintineó en su correspondencia con la familia. No era lo más penoso toparse con maestros anticlericales, caso frecuen– te y nada extraño desde la época alfarista, en su visita a las escuelas públicas, ni siquiera las rudas caminatas de sudor, lluvias torrenciales, trompicones y caídas; sino la mesa y cama, sin un centavo con que abastecer la primera ni unas tablas con que armar la segunda: fríjoles sin condimentar, mazorcas de maíz (choclo) que exigían su tiempo de aclimatación, pan de yuca cuando acompañaba la suerte. No fue excep– ción dormir sobre simple estera en dormitorio común ni compartir el catre con los hijos de la familia anfitriona. Hoy, al cabo de treinta y más años, ha mejorado notablemente el standard de vida de muchos de esos pueblos ecuatorianos. · El día 5 de noviembre de 1951 se inaugura el curso del colegio seráfico con 14 niños, y no más por falta de local y de dinero. Tiene alarmado al P. Ucar que le cobren 50 sucres el quintal de maíz destina– do a los alumnos. 138
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