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cutivó, sino que hizo la presentación, a los ministros de asuntos exterio– res y de gobierno, de los padres Ruperto, Serafín y Angel de Ucar, cuyo desplazamiento a Quito costeó de su bolsillo (28). Y aún remitió otros mil dólares al padre Pascual de Pamplona, por los gastos de la nueva expedición misionera (29). Puede considerarse entrada oficial en el comisariato la que el día 3 de octubre de 1950 hicieron los ocho misioneros en la iglesia de San Francisco de Ibarra, portando a hombros la imagen de Nuestra Señora de Fátima, que a instancias del P. Serafín de Lezáun había adquirido en Portugal el P. Florencio de Artavia y que había hecho embarcar en el "Monte Albertia". Dícese que tallada por el mismo escultor que labró la que se venera en el lugar de las apariciones. Para el mes de junio estaba en Barranquilla y desde el mes de agosto esperaba en Tulcán. El P. Serafín había calculado el momento oportuno de su entro– nización en Ibarra. El 2 de octubre, cortejada por los ocho nuevos misioneros, emprendía la imagen veneranda el camino de Yaguarcocha y tomaba posesión del hogar de Doña Victoria Madera. Durante toda aquella noche, racimos de indios procedentes de Caranqui, de Tejas y los Olivos, rezan, cantan, tocan su "banda mocha" (flautas y maderas de percusión): rica gama de melodías populares. El día 3 de octubre, la apoteosis de Fátima: desde Yaguarcocha al puente de los Molinos, a hombros de ibarreños; "desde el puente de los Molinos hasta los pretiles de la catedral, una sola masa compacta de fieles esperaba con ansia la aparición de la bendita imagen". En el puen– te de los Molinos la encaramaron sobre majestuosa carroza, a la que hacían guardia de honor los ocho frailes franciscanos que habían viajado con ella desde España. Sobre otras canozas, engalanadas la una por los gremios y la otra por nuestro insigne bien hechor Juanito Landázuri, las efigies de San Francisco y de la Divina Pastora. Y entre vibrantes fervo– res del Ave de Lourdes y de Fátima y estmendosos vivas a la Virgen y a los capuchinos españoles, se llegó, bajo innumerables arcos triunfales, a la puerta de la iglesia conventual. Nadie disputó a los ocho misioneros de la nueva hornada, el honor de introducir en el templo la imagen privilegiada hasta colocarla en su pedestal, cabe el altar mayor. El Padre Clemente lloraba de emoción; y los veteranos de !barra se desmigaban en comentarios por aquella explosión de fe popular, nunca tan radiosa. Doña Mercedes Pasquel Monje de Ulloa entregó para la Virgen de Fátima un primoroso rosario de oro y perlas; y el indiecito Dalmacio Nicaragua, dos mil sucres para la capilla que proyectaba el P. Serafín de Lezáun (30). La imagen preside desde una hornacina abierta en el hastial correspondiente al ábside. Según parece desprenderse de una carta del P. Elías de Labiano, pretendió el P. Serafín, alentado por la 120
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