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Maldonado, perdido en plena selva, a más de 80 kmts. de Tulcán, rico en oro y ensoñado por el gobiemo ecuato1iano a causa de éste y de otros recursos minerales y forestales, preocupa por el abandono cultural y religioso de sus moradores. Opinan en !barra y en Tulcán sus respecti– vas fraternidades capuchinas que podría anunciarse la próxima expedi– ción de misioneros navarros, "como destinada a Maldonado". Con lo que las autoridades gubernativas no solamente accederían gustosas a los deseos del obispo de !barra, sino que hasta podrían financiar el pasaje (20). Naturalmente, siempre que no se tropiece con sujeto tan comu– nista y tan antiespañol como el ministro de gobierno, con el que el P. Angel de Ucar hubo de reñir ruda batalla, porque se oponía a autorizar nuevos inmigrantes, fundado en que sobraban religiosos en Ecuador (21). Contienda puramente verbal, académica, no administrativa, puesto que se cursó el permiso de entrada para los "siete padres navarros", cuyo destino saludaba alborozado el comisario Odena en comunicación al citado P. Angel (22). Mas por grande que fuera su interés, se inclina uno a considerarlo feble ante el grito angustioso del guardián de !barra, P. Serafín de Lezáun: "Que vengan pronto, que me acabo" (23). No le afligían como al P. Ucar la contradicción solapada ni el estado rninoso de la vivienda. Reinaba la armonía en el convento; y la ciudad, encabezada por su alcalde, Alfonso Almeida, y por su cabildo catedral, había manifestado públicamente su contento en el recibi– miento de Aloburo. Por otra parte, el edificio, aunque abierto a nuevas reparaciones, había recibido una media agua sobre el tramo 01iental, que servía de albergue a la comunidad capuchina. Y en la iglesia, el padre Ezequiel de Pasto, "a pesar de ser de otra Nación" -como apunta el cronista- había realizado obras de solidez y ornamental: alzado de sus muros en un metro de mampostería, rematada por cornisa interior y exte1ior; magnífica y sólida cubierta, ornamentada con espléndido artesonado de madera; bellísima mampara, cuajada de artísticas tallas; coro alto, con su grada de caracol (que eliminará el padre Rafael de Gulina); embaldosado del presbite1io (no llegaron las limosnas para el resto. del pavimento); elegante fachada de estilo colonial, sencilla y sobria. "Todos los trabajos los ha hecho en el corto tiempo de tres años, con el centavo del pobre y el aporte de trabajo personal del obrero católico" (24). Mucho quedaba por hacer, en el convento, que continuaba muy poco acogedor, y en la iglesia, bajo de cuyo pavimento anidaban roe– dores. Mas no eran mal de piedra las causas que tenían al P. Serafín a punto de acabamiento. Sin haber desanudado su hato de peregrino, 118

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