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Una hernia inoportuna tuvo al P. Ucar alejado de su guardianía por más de dos semanas. Mientras convalecía de la operación en un hospital de Quito, su vicario, P. Esteban de Pasto, aprovechó la forzada ausencia para arengar desde el púlpito contra aquellos españoles que eran unos hambrientos, venidos a América porque no tenían qué comer en su tie1Ta. Díjoles además que, al trasmitirle la guardianía, le había entrega– do plata suficiente para levantar un colegio; pero que aquellos españoles mandaban la plata a España, como los antiguos conquistadores ladrones. Buena parte del pueblo dio fe a tales patrañas. Al domingo siguiente subió al púlpito el P. Alejandro, que hizo una encendida apología del calumniado ausente y se empleó en contra– restar la campaña antiespañola del vicario, empeñado en que el pueblo cerrara las puertas a los capuchinos peninsulares (18). Conviene el comisario, P. Damián, con P. Angel, en que el limos– nero, hermano Salvador, es "un sinvergüenza superlativo". Desde Tulcán le han remitido un suelto de periódico, firmado por un tal LUCIO contra los capuchinos españoles; y también unas vivas protestas del centro católico "La Salle" y muchas cartas de encendido enojo contra los desplantes homiléticos del P. Esteban, cuya inmediata re– moción le reclaman por haber profanado el púlpito con sus difamacio– nes, singularmente contra el P. Angel, "que es el verdadero sacerdote que la ciudad de Tulcán necesita". Se asocia a sus elogios el párroco, vicario foráneo de la misma ciudad ( 19). Profiriendo fútiles amenazas, abandonó el P. Esteban el solar ecuato1iano por el de su pat1ia colombiana. El P. Angel de Ucar, que refiere la despedida, debió de sentir un cierto alivio; y aunque no era hombre que se arrugase por palabra más o menos, no disimula una cierta euforia al reemprender sus aventuras apostólicas, sin temor a la retaguardia, por tierras alejadas de Tulcán. Y enderezó su marcha hacia Chical y Maldonado. Seis días de cabalgar, con jornadas de 12 horas, apenas rotas por leve descanso, en rntas abiertas a machetazos, por caminos improvisados al filo de las mingas, sobre lodazales en que se hundían caballo y caballero, con visitas de recintos adonde nunca había llegado un sacerdote y cacería de monos para sustento del padre y de sus mingueros ; y con el talante gozoso de quien logra bautizar a 50 personas, disponer varias p1imeras comunio– nes, regular muchos matrimonios y celebrar, en cinco días de trabajo tenso, 15 fiestas patronales de primera clase, presidir otras tantas pro– cesiones y recibir, en lugares recónditos y dispersos, el homenaje de poblados indios, que levantan arcos triunfales cargados de frutos en su honor y le vitorean al son rítmico de flautas y tambores. Recauda 2.000 sucres que sus frailes sabrán agradecer. 11 7
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