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primer asistente, P. Ambrosio de Rosario, empeñados en retenerlos en Colombia, en vez de darles paso libre al Ecuador. Alegaban comisario y primer asistente que podían disponer de ellos libremente hasta que no se decretase la separación, "que procurarán aplazar. Los colombianos, que no simpatizan con los italianos procedentes de la provincia de Palermo, piden al comismio que no se separen Colombia-Ecuador y que todo el comisruiato se encomiende a la provincia de Navarra, cuyos tres representantes les han caído muy simpáticos" (15). Reverdecen las discusiones cuando se discurre sobre la formación de las familias conventuales. Principal perturbador, el P. Odena, de quien sospecha será prestamente depuesto de su cargo. Por sus empeños y contra la voluntad del P. Ruperto, que teme una celada, se nombra guardián de Pasto al padre Gregario de Mondragón, "para asegurar -según explica el P. Damián- la continuación del buen trabajo em– prendido en el trienio anterior en el Noviciado... Como, gracias a Dios, hay muchas vocaciones, es preciso y vale la pena hacer todo sacrificio pru·a no perder ese bien de Dios" (16). Como contrapeso ecuatoriano, en previsión del futuro, renuncia el P. Ruperto a su cargo de segundo asistente y se queda como simple vicario de Iban-a, cuyo guardianato se encomienda al padre Serafín de Lezáun. Supe1ior de Tulcán el P. Angel de Ucar, que desde su llegada a Ecuador lo venía inflamando con su ardor apostólico. Mala breva le tocó en suerte. Convento inhóspito y medio en ruinas. Edificio de bal1areque y tapial, tan bajo que con la mano, desde la plazoleta, podía ajustar el rafe; celdas húmedas, con hongos y sin ventanas; un higiénico inmundo, sin respiradero; como lavabo, un cubo de sru·dinas al aire libre, en el patio interior (a menos de 12° de temperatura en invierno); el comedor, apuntalado con estacas, agujereado en paredes y cielorraso, con los carrizos al aire. A su llegada era guardián el P. Esteban de Pasto, que tenía bajo su jmisdicción a los padres Alejandro y Carlos de San Isidro y a los hermanos fray Marcos y fray Emilio de Tulcán. Desde que le sustituyó en el puesto, inicióse una gue1Ta sorda por parte de algunos de sus súbditos, empeñados en indisponerle con el pueblo, al que tras– cendió tan ruda oposición. En anónimos le calificaron de "el tigre español". Le acusaron de que les mataba de hambre, cuando quien en hecho de verdad era el padre Angel quien menos podía soportar aquella "bazofia de calderada", en tanto que el limosnero, un pederasta, se comía las limosnas en francachelas con los muchachos al regreso de su cuestación (17). Ni la persecución ni el hambre fueron óbice para cumplir con todos los compromisos anteriores de predicación ni con otros nuevos: XL Horas solemnísimas, misión de 1O días en San Gabriel sin que nadie le tendiera una mano, ejercicios cerrados a 30 hombres en la iglesia de Tulcán. 116

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