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hostiles a la República. Los religiosos ecuatorianos hemos trabajado en Colombia por más de 40 años, sin perdonar esfuerzos ni sacrificios; y sólo queremos que nuestra Orden progrese en el lugax en donde asentó sus raíces con el decidido apoyo de García Moreno" (36). Pero las marrullerías de los colombianos habían enredado el asunto tan hábilmente, que ni el propio autor del plan de Ibarra, el visitador Pascual de Pamplona, lo tuvo, al cabo del afio, p.or hacedero. Ni el comisario Briceño ni otro que le suceda, aceptará dentro de su juris– dicción un enclave de capuchinos espafioles, que dependan directa– mente del padre general. Fuera de esto, "si el nuevo Comisario quiere atender debidamente al Ecuador, con o sin Religiosos espafioles, tendrá que oponerse a la co1Tiente general de sus súbditos" (37). Al reverso de la copia de la carta antecedente aconseja el P. Pascual, de su pufio y letra, al P. Ignacio: "Si se puede evitar que vayan nuestros Padres, es lo mejor. Lo lamento por el Ecuador y por tan buen Prelado (lo mismo que por el Sr. Nuncio); pero me alegTo por la Provincia". La cuestión pareció zanjada definitivamente con el nuevo destino sefialado a los religiosos candidatos a Ecuador. Pero como el padre general está dispuesto a realizar los deseos del sefior obispo de Ibarra, le da palabra de "obligar al nuevo P. Comisario de Ecuador Colombia" al cumplimiento de las promesas del actual, respecto de recrecer las comunidades capuchinas en su diócesis, hasta radicar en ella la escuela seráfica o el noviciado (38). El nuevo comisario provincial de Ecuador-Colombia, P. Matías de Ibarr& (1942-1945) suplica al provincial de NCA (P. Serafín de Tolosa) que se lleve a efecto la promesa del trienio anterior, "en la que están vivamente interesados el Excmo. Sr. Nuncio de Quito y el Excmo. Sr. Obispo de Ibarra" (39). Ciertos elementos radicales de Tulcán se oponían al regreso de los capuchinos y singularmente el gobernador del Carchi, que había toma– do parte muy directa en los acontecimientos del 96. El obispo Mons. César Antonio Mosquera intenta serenar al padre comisario por razón de la entrevista que mantuvo con el sefior presi– dente de la república, ante quien magnificó con encendidos elogios la obra apostólica de los capuchinos y al que suplicó no diera oídos a propaganda tan injusta y malsana como venían haciendo algunos ad– versarios. En tanto se limpiaba aquella atmósfera enrarecida, suplicó el prelado al P. Matías de Ibarra unas semanas de espera antes de solicitar pernliso de entrada de nuevos religiosos al Ecuador (40). De ahí su tardanza en escribir al superior provincial de NCA. 106
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