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AMOR DE SAN FRANCISCO A LA POBREZA 97 Sin embargo a sus vecinos, que interpretaban mal su notable mu– danza de sentimientos y le preguntaban sobre sus planes de casamiento, no podía menos de seguir contestando que pretendía la mano de aquella esposa nobilísima, riquísima y hermosísima (7). Completa– mente lleno de este pensamiento, se preparó ahora para el viaje nupcial. Después de armarse con la señal de la cruz, ensilló un caballo y tomando consigo fardos de paño de varios colores, montó a caballo y se dirigió sin demora a la ciudad de Foligno. Allí vendió todo lo que llevaba consigo y, mercader venturoso, dejó también su caballo por una cantidad de dinero. Después, libre de todo equipaje, empren– dió la vuelta a casa, pensando y revolviendo en su interior qué empleo daría a aquel dinero. Sintiéndose por modo maravilloso convertido al servicio de Dios, parecióle aquel dinero muy pesado para llevarlo aunqu;e no fuera más que por una hora. Cuando llegó a la ciudad de Asís, encontró junto a la desamparada iglesia de San Damián a un sacerdote pobre. Le besó con grande espíritu de fe las manos, le entregó todo el dinero y le dió cuenta de sus propósitos. Y como el sacerdote no quisiera recibir el dinero por temor a los parientes de Francisco, éste lo arrojó al saliente de una ventana de la iglesia, haciendo de él tan poco caso como si fuera polvo. Es que deseaba poseer la sabiduría que es mejor que el oro, y la prudencia que es más preciosa que la plata ( 8 ). Esta acción caballeresca con que Francisco pretendió por esposa a la pobreza, debía costarle heroicos sacrificios. Su padre Pedro Ber– nardone sumamente indignado tanto por el daño sufrido como por la supuesta locura de su hijo, lo hizo atar y encarcelar, y al fin lo citó ante el tribunal del Obispo con el objeto de apartarlo del camino emprendido u obligarle a devolver el dinero que se había llevado. Siguiendo el consejo del Obispo, don Guido Secundi, Francisco hizo traer el dinero que todavía estaba en la ventana de San Damián, y se lo devolvió a su padre. Desnudóse también de sus vestidos, quedándose sólo con el cilicio, y se los arrojó a su padre, diciendo: "Escuchad todos y oídme: hasta ahora he llamado padre mío a Pedro Bernar– done. Mas ahora quiero servir al Señor. Aquí le devuelvo no sólo el dinero sino también los vestidos que de él he recibido. De hoy más ya no diré: Padre Pedro Bernardone, sino únicamente: Padre nuestro, que estás en los cielos" ( 9 ). (7) THoM. CEL. I, n. 7; Tres Socii, n. 13. (8) " ... Cupiebat enim possidere sapientiam, quae auro melior, et pruden– tiam, acquirere, quae pretiosior est argento." THOM. CEL. I, n. 8 s. Cfr. Tres Socii, n. 16. (9) Tres Socii, n. 20; THoM. CEL. I, n. 10-15.
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