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V. AMOR DE SAN FRANCISCO A LA POBREZA T A pobreza de San Francisco! A primera vista pudiera parecer que l• L este capítulo viene a interrumpir la marcha de nuestro pensa– miento, la cual no es sino un desenvolvimiento de aquella idea fundamental de Francisco: Vuelta a la completa y perfecta observancia del Evangelio. Pero pronto se verá que la pobreza, tal como la enten– día el Poverello de Asís, es precisamente el fundamento de la perfec– ción evangélica y que realmente Francisco al hablar de vida según el Evangelio entendía ante todo la vida de pobreza. Por eso debemos hablar sobre este punto con más detenimiento que sobre otro cual– quiera, si queremos conocer bien el espíritu del seráfico varón. Lo que ante todo nos interesa es su amor a la pobreza, caracterís– tico y significativo tanto en el hecho como en la causa que lo moti– vaba. I. El amor de San Francisco a la pobreza fué un don de la natura– leza y de la gracia. Ya desde el principio Dios había infundido en su alma una generosa compasión para con los menesterosos. Esta dichosa disposición natural fué crC'cicndo con él desde su infancia y lo llenó de tal bondad de corazón, que ya entonces siendo discípulo aprove– chado del Evangelio, según advierte San Buenaventura, estaba siempre al servicio de cualquier pobre, sobre todo cuando le pedían algo por amor de Dios (1). Venían a favorecer esta inclinación no sólo sus sentimientos caba– llerescos, sino también su derrochadora alegría juvenil. Cierto día, después de haber dado un banquete a sus amigos y compañeros, entró en sí mismo y dijo: "Si eres liberal y caballeroso con los hombres, de quienes nada puedes esperar sino vanos y pasajeros favores, muy justo es que seas caballeroso y liberal con los pobres por amor de Dios, que sabe recompensar muy generosamente." Así, pues, cada día fué co– brando mayor cariño a los pobres y les daba muy abundantes limos- (1) "Inerat namque iuvenis Francisci praecordiis divinitus indita quaedam ad pauperes miseratio Iiberalis, quae secum ah infamia crescens, tanta cor ipsius benignitate repleverat, ut, iam evangelii non surdus auditor, omni proponeret se petenti tribuere (Luc., VI, 30), maxime si divinum allegaret amorem." S. BoNAV., c. 1, n. l. 94

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