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92 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS preciaban todos los mandamientos que ha dado Dios por medio de Moisés y de los Profetas y más tarde por medio de su Hijo. Castí– gueselos, declara Hildegarda, con la confiscación de bienes, pero no con la pena de muerte, ya que todavía llevan en sí la imagen de Dios ( 65 ). Hacia fines del siglo los cátaros habían devastado, según el testimonio de Cesario de Heisterbach, miles de ciudades y amena– zaban inundar toda Europa (ºº). Verdad es que en el seno mismo de la Iglesia se levantaron repeti– das veces hombres que se presentaban como reformadores de la Iglesia. Recordemos a Pedro de Waldo, a los Pobres de Lión y de Lombar– día. Pero apenas nacidos (hacia 1170), cayeron estos movimientos en contradicción con la fe y con la jerarquía de la Iglesia, de modo que siempre la medicina resultaba peor que el mal que se quería curar. Y así la Iglesia debía concluir por perder la confianza en todo nuevo socorro que se le ofreciera. Tal era el estado de las cosas, cuando Francisco se presentó delante de Inocencia 111. Se comprende que el gran Papa se mantuviera en un principio muy reservado. Sólo al ver cómo el Poverello se entre– gaba incondicionalmente a la causa del Evangelio con una ilimitada sumisión a la autoridad espiritual, se convenció Inocencia de que el hombre de Asís era el llamado para preservar a la Iglesia del cata– clismo que le amenazaba. Los hechos le dieron la razón. Francisco, al emprender la reforma evangélica apoyándose firmemente en la Iglesia vino a ser, a una con Santo Domingo que pronto le siguió, el salvador del Cristianismo en tiempos de suma necesidad; "un refor– mador eclesiástico de extraordinaria importancia, cuyo influjo sanea– dor corre a través de los siglos, semejante a la pura y límpida fuente del Evangelio, que se alimenta de la eterna sabiduría y amor" ( 67 ). Mas por otra parte Francisco sólo pudo asegurar su Orden afian– zándola en esos dos polos: retorno al Evangelio y sincera sumisión a la Iglesia. Sin la sabia y benévola cooperación de la Iglesia, Francisco, más idealista que realista, no hubiera podido organizar su fundación de modo que pudiera vivir. Y mucho menos hubiera podido preser– varla de los escollos. La historia de los Valdenses y de los Humillados nos deja presumir lo que hubiera sido de la institución Franciscana si para conseguir su ideal no se hubiera apoyado en la Iglesia. Habían ya aparecido hombres que prometían mucho, y con el Evangelio en la mano habían predicado contra los vicios de la época. Habían esco– gido para sí y recomendado a los otros la pobreza, penitencia, humildad, caridad y amor de la paz. Todos andaban descalzos y mendigando: (Oá) S. HILDEGARDIS Epistolae, Colonia, 1566, 138. (ºº) CAESARII HEISTERBACENSIS Dialogus miraculorum, 5, 19. (67) DR. F. lMLE, Ein beiliger Lebenskünstler, Paderborn, 1914, 204.

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