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SAN FRANCISCO Y LA IGLESIA 81 su propio palacio ( 17 ) y llora su muerte como la muerte de su mismo padre (1 8 ). Semejantes relaciones de confianza absoluta deseaba Francisco tener con los Obispos en general. Su primera visita al llegar a una ciudad o comarca era para el Obispo, o para los sacerdotes, caso de que no hubiera Obispo ( 19 ). En ninguna parte quería predicar ni que sus Frailes predicaran la palabra divina sin la aprobación de los Obis– pos ( 2 º). De ordinario los Obispos recibían con benevolencia a los humildes predicadores, y cuando no, Francisco sabía disponerlos a su favor por medio de su humildad y confianza filial. Así, habiendo llegado un día a Imola, ciudad de la Romagna, se dirigió al Obispo y le pidió permiso para predicar. El Obispo le contestó: "Hermano, ya me basto yo para predicar a mi pueblo." El Santo inclinó la cabeza y se salió humildemente; mas al cabo de una hora escasa volvió a entrar otra vez. Díjole el Obispo: "¿Qué quieres, hermano, qué buscas de nuevo?" A lo cual respondió Francisco: "Señor, si el padre arroja a su hijo por una puerta, éste tiene que volver a entrar por otra." Vencido de tanta humildad abrazólo el Obispo con alegre sem– blante y le dijo: "De hoy en adelante tú y tus Frailes tenéis licencia general para predicar en mi obispado, pues la santa humildad te ha merecido este favor" ( 21 ). Sin embargo Francisco no quería en modo alguno forzar a los Obis– pos a que dieran a él y a sus Frailes el permiso de predicar. En cierta ocasión quejábanse algunos Frailes al Santo diciendo: "Padre, ¿no ves que los Obispos no nos dejan a veces predicar y que con frecuencia debemos aguardar ociosos días enteros, sin poder anunciar en una comarca la palabra de Dios? Sería mejor y más conveniente para la salvación de las almas que obtuvieras del Papa algún privilegio en este particular." Pero Francisco les reprendió por ello y les dijo: "Vos– otros, Frailes Menores, no entendéis la voluntad de Dios y no me dejáis convertir al mundo como Dios quiere. Pues sabed que yo ante todo quiero ganar a los Prelados por medio de la humildad y del res– peto, y cuando éstos vean nuestra santa vida y el respeto que les profesamos, vendrán ellos mismos a pediros que prediquéis y convir– táis al pueblo y conducirán a los fieles a oír vuestros sermones más fácilmente que vuestros privilegios, los cuales os llevarían al orgullo y soberbia" ( 22 ). (17) THoM. CEL., I, n. 108; II, n. 50. (18) THoM. CEL., II, n. 220. (19) THOM. CEL., I, n. 75. (20) Regula bullata, c. 9; Opuse., BoEHMER, 33; LEMMENs, 71. (21) THOM. CEL., II, n. 147. (22) Spec. perf., c. 50.

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