BCCCAP000000000000000000000206

80 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS Fray Gil a recobrar su habitual serenidad de espíritu y de corazón (1 2 ). Si Francisco y sus discípulos honraban tanto al clero a causa de su ordenación y de su dignidad, había además otro motivo que les indu– cía a ello: era la consideración de su apostolado y de la salvación de las almas. Solía inculcar a sus Frailes: "Nosotros hemos sido enviados en ayuda de los clérigos para salvar las almas, supliendo lo que ellos dejan de hacer. Cada uno recibirá el premio no según el cargo que ha tenido, sino según el trabajo que ha ejecutado. Sabed, hermanos, que a Dios agrada sobremanera el bien de las almas y que ese bien se con– sigue mejor con la paz que con la discordia entre los eclesiásticos. Si éstos impidieren la salvación de los pueblos, del Señor es la venganza y Él les dará su recompensa a su tiempo. Por eso estad sujetos a los Prelados, para que no se originen celos y envidias, en cuanto esté de vuestra parte. Si sois hijos de la paz, ganaréis para Dios al clero y al pueblo, lo cual es más del agrado del Señor que ganar solamente al pueblo y escandalizar al clero. Encubrid sus caídas, suplid sus múl– tiples defectos y después de haber hecho esto, sed aún más humil– des" (1 3 ). II. Francisco estimaba y honraba todavía en más alto grado a los Obispos. Recordemos aquel hecho del principio de su conversión. Citado por su mismo padre ante la autoridad municipal de Asís y requerido a devolver los bienes que había llevado de casa, Francisco despidió cortés pero resueltamente al alguacil que fué a entregarle la citación, advirtiéndole que él nada tenía que ver ya con la autoridad civil; que estaba ya consagrado al servicio del Altísimo y que por lo tanto, según el derecho vigente, no había para él otra autoridad com– petente que la del Obispo. Mas apenas hubo recibido la citación del tribunal eclesiástico, exclamó lleno de gozo: "Sí, iré al Obispo, pues él es el padre y señor de las almas." Cuando se vió en presencia del Obispo y éste le animó a devolver a su padre todos sus bienes, Fran– cisco no vaciló un momento, arrojó a los pies de aquel avaro su bolsa y todos sus vestidos, quedándose desnudo ante el príncipe de la Igle– sia. El Obispo, atónito ante tal resolución, lo cubre con su manto, lo abraza y besa. Desde este momento él protege, guía y ama de todo corazón a Francisco ( 14 ), se hace su abogado en la Corte Pontificia (1 5 ), le visita con frecuencia en la Porciúncula, trata con él de amigo a amigo ( 16 ), lo hospeda en su casa, lo cuida, cuando está enfermo, en (12) THoM. CEL., I, n. 46; LEO, Vita Fr. Aegidii, p. 79; BERN. A BESSA, c. 2. (13) THoM. CEL., II, n. 146; BERN. A BEssA, c. 5; Spec. perf., 53. (14) Tres Socii, n. 19 s.; THOM. CEL., I, n. 14 s.; II, n. 12. (15) THoM. CEL., I, n. 32. (16) THoM. CEL., II, n. 100.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz