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70 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS promoverla también en el pueblo. Por eso dirigió una carta a los Jefes de los pueblos, cuyo contenido es el siguiente: "A todos los jefes y cónsules, jueces y gobernadores existentes en todo el mundo y a todos los otros, a quienes llegue esta carta, Fray Francisco vuestro pequeño y despreciable siervo en el Señor os desea a todos vosotros salud y paz . . . Con todo el respeto que puedo, os ruego que no olvidéis a Dios por los cuidados y solicitudes de este mundo, en que estáis enredados, y que no os desviéis de sus mandamientos, porque son malditos ( 43 ) y serán olvidados de Él, todos aquellos que lo olvi– dan y se apartan de sus mandamientos ... ( 44 ). Por eso os aconsejo, Señores míos, que desechados todo cuidado y solicitud recibáis devo– tamente el santísimo Cuerpo y la santísima Sangre del Señor en su santa memoria. Y tanto honor déis al Señor en el pueblo que se os ha confiado, que todas las tardes se anuncie por algún pregón o por otra señal la hora en que todo el pueblo ofrezca alabanzas y acciones de gracias al Señor Dios Todopoderoso ..." ( 45 ). De nuevo la misma idea viviente y plástica, que ve en la Eucaristía el centro de la vida religiosa; creer en Cristo y servir a Cristo no significa otra cosa sino creer en la Eucaristía y venerar la Eucaristía. El Hombre-Dios eucarístico debe señorear toda nuestra vida tanto privada como pública; alrededor de ese Rey eucarístico deben agru– parse los príncipes y el pueblo. ¡ Venga a todos nosotros el reinado eucarístico del Señor y reine sobre todos nosotros! Reconocer y propagar este reino es el deber sublime tanto de los grandes como de los pequeños de este mundo, y deber ante todo del clero. Ya hemos visto con qué santo respeto y devoción honraba Fran– cisco a los sacerdotes a causa de su poder de consagrar y administrar la Eucaristía. Pero movido de esa misma consideración amonestaba también con santa libertad a los sacerdotes a que vivieran de una manera digna de ese misterio del altar, que les está confiado, a que lo celebren y reciban con fervor y trabajen por todos los medios por promover su devoción en el pueblo. Fray León, su compañero inse– parable, al dar cuenta de los primeros viajes apostólicos de Francisco nos refiere cómo en diversas aldeas alrededor de Asís se presentaba con una escoba debajo del brazo, barría primero la iglesia y después con palabras de fuego predicaba al pueblo penitencia. "Después de cada sermón reunía a todos los clérigos del lugar en un local cerrado, donde no pudiera ser oído de los seglares, y allí les hablaba del celo (43) Ps., CXVIII, 21. (44) Ez., XXXIII, 13. ( 4 5) Epistola ad populorum rectores; Opuse., ed. BoEHMER, 70 s.; LEMMENS, 111 s. El texto según GoNZAGA, De origine serapbicae religionis, V enetiis, 1603, 806 s.
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