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SAN FRANCISCO Y LA EUCARISTÍA 69 todos los días se humilla como cuando ( 39 ) del trono real bajó al seno de la Virgen; todos los días viene a nosotros en humilde apa– riencia; todos los días baja del seno del Padre al altar a las manos del sacerdote. Y así como se apareció a los santos Apóstoles en carne verdadera, así ahora se nos muestra a nosotros en el pan consagrado; y así como ellos con los ojos carnales sólo veían la carne de Aquél, pero creían que era Dios contemplándolo con los ojos espirituales, así también nosotros, viendo con los ojos corporales el pan y el vino, veamos y creamos firmemente que es su santísimo Cuerpo y Sangre, vivos y verdaderos. Y de esa manera está el Señor siempre con sus fieles, como él mismo lo dice ( 4 º): "Heme aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos" ( 41 ). ¿Quién no advertirá en esa instrucción eucarística que Francisco hace del Sacramento del altar el corazón del Cristianismo? Así como los Apóstoles a través de la envoltura humana reconocían y veían la divinidad de Jesús, así nosotros hoy reconocemos y creemos bajo las apariencias eucarísticas al Hijo de Dios inmenso. Así como Jesu– cristo vivió con los Apóstoles como un personaje histórico, así tan real y tan viviente está hoy junto a nosotros en su existencia euca– rística. Así como entonces para salvarse era necesario reconocer a Cristo y amarlo, así hoy también esas relaciones de fe y de amor para con el Dios de la Eucaristía son decisivas para conseguir la eterna bienaventuranza. El que vive de la Eucaristía, con la Eucaristía y para la Eucaristía, ese vive de Jesucristo, con Jesucristo y para Jesu– cristo hoy aun con tanta verdad y con tanta realidad como en otro tiempo los discípulos del Señor. "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por toda la eternidad" ( 42 ). Ayer con los Apóstoles en las cam– piñas de Galilea y Judea, hoy con nosotros en todos los sagrarios del mundo, por toda la eternidad con todos los santos en el radiante pala– cio de la gloria celestial. Tal es el mensaje eucarístico, predicado por San Francisco al pueblo cristiano. Más tarde, muy conforme con su modo de pensar caballeresco, acentuó todavía más ese mensaje, dirigiéndose a los príncipes de los pueblos. ¡Qué idea tan hermosa! ¡Cristo presente en la Eucaristía como Rey de reyes, como Señor de los ejércitos, a cuyo servicio están llamados todos los hombres verdaderamente nobles, cuyos va– sallos y feudatarios deben ser los reyes y emperadores! Para Francisco era evidente sin más que todos los grandes de la tierra debían tener una devoción especialísima al Santísimo Sacramento y que debían (39) Sap., XVIII., 15 (40) MAT., XXVIII, 20. (41) Verba admonítionis, c. I; Opuse., ed. BoEHMER, 40 s.; LEMMENS, 3-5. (42) Hebr., XIII, 8.

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