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SAN FRANCISCO Y LA EUCARISTÍA 65 Su devoción al Santísimo Sacramento le inspiró también un respeto indecible para con el sacerdocio. La corrupción de costumbres era espantosa y muy extendida entre el clero de entonces. Como sucede siempre, el pueblo hacía responsable de esa corrupción a todo el cuerpo sacerdotal y aun al mismo estado sacerdotal. Los cátaros y valdenses sostenían que los sacerdotes, que se hallan en pecado mortal, pierden el poder sacerdotal. Estas herejías iban de día en día exten– diéndose cada vez más y convirtiéndose en un gran peligro para la Iglesia. Francisco hizo frente a la herejía pertrechado con las armas de una fe invencible en la palabra divina y en el Hijo de Dios sacra~ mentado, cuya guarda está encomendada a los sacerdotes. El dominico Esteban de Borbón (muerto hacia 1261) nos cuenta un episodio, que esclarece grandemente este amor y veneración de nuestro Santo hacia el sacerdocio. En una ocasión en que Francisco viajaba por Lombardía, acudieron a saludarle todos los habitantes de una aldea, clérigos y legos, católicos y herejes. Un cátaro se adelantó por medio de la gente y le dijo señalando al párroco del lugar. "Di– me, buen hombre, ¿cómo puede ese pastor de almas pretender que se le crea y respete, cuando mantiene consigo una concubina y lleva una vida escandalosa?" Mas Francisco se dirigió al sacerdote, arro– dillóse ante él en el barro del camino y besó sus manos diciendo: "Yo no sé si estas manos son efectivamente impuras, pero aunque lo fueran, no por eso se disminuye la fuerza y eficacia del Sacra– mento por ellas administrado. Estas manos han tocado a mi Señor, y por respeto al Señor reverencio a su representante; puede ser que para sí sea él malo, para mí es bueno" ( 21 ). Francisco enseñó durante toda su vida a sus Frailes que estimaran a los sacerdotes sobre todas las cosas de este mundo por devoción al Santísimo Sacramento. "Donde quiera que encontraban un sacer– dote, fuera él rico o pobre, bueno o malo, se inclinaban humilde– mente ante él y le mostraban reverencia" ( 22 ). Más aún, tan grande respeto se debía tener a los sacerdotes, que administran los santí– simos y venerables Sacramentos, que los Frailes no sólo debían inclinar ante ellos la cabeza, arrodillarse y besarles las manos, sino que debían besar hasta los cascos de los caballos, que habían traído a un sacer– dote, para honrar de esa manera la potestad sacerdotal ( 23 ). Con frecuencia añadía Francisco: "Bienaventurado el siervo que pone su confianza en los sacerdotes que viven según la forma de la Santa Iglesia Romana. Y ¡ay de aquellos que los desprecian! porque (21) Anecdotes historíques, D'ETIENNE DE, BouRBON, ed. LECOY DE LA MARCHE, París, 1877, n. 316, p. 264 s.; n. 347, p. 304 s. (22) Tres Socii, n. 59. (23) Tres Socii, n. 57; TeoM. 0:L., 11, n. 201.

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