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SAN FRANCISCO Y LA NATURALEZA 439 hora que el Santo solía levantarse para maitines, el ave levantaba su voz para cantar, lo cual causaba al Santo extraordinario gozo, porque así él no corría peligro de no despertarse a la hora señalada. Pero si alguna vez el Santo estaba enfermo, el halcón tenía compasión de él y no le despertaba ni tan temprano ni tan impetuosamente; sino que al rayar el alba, como si estuviera enseñado por Dios, hacía resonar suave y dulcemente la campana de su voz ( 66 ). Junto a la celda del Santo en Porciúncula había en una higuera una cigarra, la cual con frecuencia chirriaba con su acostumbrado suave chirrido. Francisco extendió una vez su mano hacia ella y dijo: "Hermana cigarra, ven a mí." Y el an1malillo, como si tuviera inteli– gencia, vino al punto a posarse en su mano. Entonces díjole él: "Canta, hermana cigarra, y alaba jubilosa a Dios tu Creador." Y ella obediente comenzó luego a chirriar y no cesó ya, hasta que el Santo, que había entonado su canto de alabanza a una con el canto del ani– malillo, le mandó volver a su sitio acostumbrado. Allí permaneció fija durante ocho días como si estuviera atada. El Santo, siempre que salía de su celda, la tocaba con sus manos y le mandaba que cantara en honor de Dios, lo cual ella procuraba hacer obediente a sus mandatos. Por fin dijo a sus compañeros: "Demos ya licencia a nuestra hermana cigarra, pues bastante tiempo nos ha regocijado con sus alabanzas de Dios." Obtenido así el permiso la cigarra se alejó y nunca más volvió a verse por allí ( 67 ). Iba un día Francisco por el valle de Espoleta, cuando llegando a un lugar cerca de Bevagna, vió allí reunidas una gran muchedumbre de aves, palomas, cornejas y grajas. Dirigióse hacia ellas y las saludó, como de ordinario, con el nombre de hermanas. Pero admirado no poco al ver que las aves no huían como suelen hacerlo, lleno de gran– dísimo gozo les rogó humildemente que escucharan la palabra de Dios. Y entre otras cosas les dijo: "Hermanas mías avecillas, mucho debéis alabar a vuestro Creador y amarlo siempre, porque os ha dado plumas para vestiros y alas para volar. Dios os ha hecho ilustres entre sus criaturas y os ha señalado habitación en el aire puro; vosotras no sembráis ni segáis; y con todo Él os protege y os gobierna, sin que vosotras paséis ningún cuidado." Al decir estas palabras, las aves a su manera se alegraban de modo admirable, y comenzaron a estirar el cuello, extender las alas y mirarle abriendo sus picos. Y él anduvo paseándose en medio de ellas, tocando con el borde del hábito sus cabezas y sus cuerpos. Por fin les dió la bendición, las despidió ha– ciendo la señal de la cruz y les dió permiso para irse volando. Y el (GG) THOM. CEL. 11, n. 168. (67) lbíd., II, n. 171.

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