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SAN FRANCISCO Y LA NATURALEZA 437 movióse a su vez a compasión, pero como no tenían nada fuera de sus pobres hábitos quedaron perplejos sin saber qué precio pagar por ella. Por dicha en aquel momento pasó por allí un comerciante, que iba de viaje, y les dió el dinero de que habían menester. Después en compa– ñía de Fray Ovejuela siguieron su camino hacia la ciudad episcopal de Osimo. El sermón, que allí predicó Francisco, fué una compara– ción entre la ovejílla y Cristo, el Cordero de Dios ( 57 ). En otra ocasión yendo de viaje por la misma comarca se encontró con un hombre, que llevaba dos corderos atados y colgados de sus hombros, para venderlos en el mercado. El bienaventurado Francisco, oyendo los balidos de los pobres animalitos, conmovióse profunda– mente y acercándose los acarició y les mostró tan grande compasión, como una madre a un hijo que llora. Y dijo al hombre: "¿Por qué atormentas a mis hermanos los corderos amarrándolos y colgándolos de esa manera?" Y él le respondió: "Los llevo al mercado para ven– derlos, porque tengo necesidad de dinero." El santo replicó: "Y des– pués ¿qué será de ellos?" Y el hombre repuso: "Los compradores los matarán y comerán." "En modo alguno, respondió el Santo, no suce– derá eso; toma mi manto por precio y dame esos corderos." El hombre accedió gustoso. Ahora el Santo tenía sí los corderos, pero estaba per– plejo y andaba cavilando, qué haría de ellos. Por fin se los dió al mismo hombre para que los cuidara, mandándole que nunca los ven– diera ni les hiciera daño, sino que los conservara y tuviera cuidado de ellos ( 58 ). De semejante manera rescató muchas veces corderos que eran llevados a ser degollados, acordándose de aquel manso cor– dero que para la redención de los pecadores quiso ser llevado al matadero ( 59 ). En la piadosa meditación de las obras naturales de Dios ve la Teolo– gía no menos que en la consideración de las verdades sobrenaturales, un medio y una norma de la vida contemplativa(ºº). Francisco fué el más acabado maestro de esta verdadera mística de la naturaleza. La vista del universo con todo lo que en él vive y se mueve, respira y alienta, brilla y arde, le movía a devoción. A cada paso oía resonar el mil veces repetido Sursunz corda de la creación, que lo llenaba de conocimiento de Dios, de amor de Dios y de alabanza a Dios. Pero también él cantaba a la creación un Sursum corda nunca inte- (57) Ibíd., I, n. 77. ( 5 8) lbíd., n. 79. (59) THOM. CEL., Legenda ad usum c!Jori, ed. P. EouARous ALENCONIENSis, n. 7, p. 439. (ºº) "Contemplatio est tanto eminentior ... , quanto melius scit considerare Deum in exterioribus crcaturis." S. BoNAV., Sent., lib. 2, dist. 23, a. 2, q. 3, concl. Opera, II, 545 a. Lo mismo S. THOM. Ao., 2, 2, q. 180, a. 4.

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