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SAN FRANCISCO Y LA ~ATURALEZA 429 Así en áerredor de todo el nnmdo tejió wz lazo de santa armonía, semejante a aquella que existía entre el hombre y la naturaleza en la primera mañana de la creación. Por toda la naturaleza resonaba el reclamo de su amor, y toda la naturaleza como en eco respondía con amor a ese reclamo. En especial su trato con los anin1alcs está comple– tamente bajo el encanto de esta armonía, como lo demostrarán algunos rasgos de su vida. Un día llegó el Santo a la pequeña ciudad de Alviano, para anunciar allí la palabra de Dios. Subió a un lugar elevado para que todos le vieran, e impuso silencio. Las gentes se callaron y quedaron llenas de respeto; pero una multitud de vocingleras golondrinas estaban allí cerca construyendo sus nidos con mucho alboroto. Como eran tan grandes sus chirridos, que no dejaban al pueblo oír las palabras de Francisco, dijo éste a los pájaros: "Hermanas mías golondrinas, ya es tiempo de que hable yo, porque vosotras ya habéis hablado bastante hasta ahora. Oíd la palabra del Señor, y estad quietas y callando, hasta que se termine el sermón." Y efectivamente, con admiración y asom– bro de todos los presentes, enmudecieron los pajarillos y no se movie– ron de aquel sitio, hasta que se terminó el sermón ( 11 ). Un noble de la comarca de Sena envió un faisán al Santo, estando éste enfermo. Lo tomó lleno de alegría, no porque quisiera comerlo, sino porque en general siempre solía alegrarse mucho con tales ani– males por amor al Creador. Y dijo al faisán: "Loado sea nuestro Crea– dor" y a los Frailes: "Probemos desde luego si el hermano faisán quiere quedarse con nosotros o prefiere marcharse a los lugares acostum– brados, que le gustan más." Hizo que un Fraile llevara el ave y la dejara en una viña lejos de allí. Pero el pájaro volvió de nuevo con paso presuroso a la celda del Santo. Mandó éste que lo llevaran otra vez más lejos, pero el faisán volvió de nuevo con ligereza a la puerta de la celda, y haciéndose paso casi por fuerza entre los hábitos de los Frailes, que se hallaban a la puerta, entró a donde estaba San Fran– cisco ( 12 ). Otra vez estando cerca de Greccio, un Fraile le trajo una liebre, que había sido cogida viva en el lazo. Miróla dulcemente el santo varón, y lleno de compasión le dijo: "Hermana liebre, ven a mí. ¿Por qué te has dejado engañar de esa manera?" Soltóla el Fraile que hasta entonces la había tenido y ella corrió al Santo y se ocultó en su seno como en un segurísimo lugar de refugio. Después que hubo descan– sado allí algún tiempo, acariciól::i el santo Padre, como una madre a su hijo, y la dejó libre para que se marchara al bosque. Pero todas las veces que la dejaron en la tierra, volvía corriendo al seno del Santo, (11) lbíd., I, n. 59. (12) lbíd., II, n. 170.

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