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LA PIEDAD DE SAN FRANCISCO 397 Si tenía que interrumpir la oración para dedicarse a algún negocio o recibir visitas de seglares, volvía de nuevo lo más pronto posible a su vida interior; estaba tan acostumbrado a las dulzuras celestiales y gozos divinos, que lo terreno y humano se le hacía insípido y casi insoportable (7). Cuando no podía librarse de visitantes importunos, solía rezar aquel versículo del salmo: "En mi corazón he ocultado, Señor, tus palabras, para que no falte contra ti" ( 8 ). Y al punto que decía estas palabras, ya sabían los Frailes que debían llevar de allí cortésmente y despedir a los forasteros(º). Un día vino el Obispo de Asís, precisamente a tiempo que el varón de Dios estaba sumergido en profundísima oración en su celda de Porciúncula. Llevado de la curiosidad y de su grande amistad, el Príncipe de la Iglesia tocó muy aprisa y abrió la puerta sin aguardar el permiso para entrar. Pero apenas había metido su cabeza por la estrecha puerta, cuando comenzó a temblar en todos sus miembros y se quedó mudo de espanto. Luego al momento fué empujado afuera por una fuerza irresistible para que no escuchara los misterios del Santo ( 10 ). Francisco ni siquiera a sus Frailes quería dar a entender que él estaba de continuo en trato con Dios. Por la mañana se levan– taba temprano de la cama, pero muy suavemente y a escondidas, para que ninguno de los compañeros notara que ya iba a la oración. En cambio, por la noche, cuando se acostaba, hacía ruido y hasta albo– rotaba, para que todos supieran que iba a descansar ( 11 ). Así lo hacía en casa y en la celda. Mas también estando de viaje sabía orar constantemente pero sin llamar la atención. Cuando se veía dominado por la presencia del Altísimo mandaba a sus compañeros que siguieran adelante, moderaba el paso y se entregaba al goce de aquella nueva habla interior. Si no podía retirarse de los hombres, hacía de su manto una celdilla, para conservar el recogimiento y ocultar su conmoción interior. Si no tenía manto, cubría su rostro con las mangas del hábito para que el maná celestial no fuera profanado. Si tampoco esto era posible, sabía dirigir con rara maña la atención de los presentes sobre un objeto ribus Salvatoris exinanitus totus diutius residcbat. Eligebat proindc frequenter solitaria loca, ut ex tato animum in Deum possct dirigere." THoM. CEL. I, n. 71. (7) "Si quando visitationes saecularium ,eu quaevis alía negotia ingruebant, praecisis potius quam finitis ad intima recurrebat. Insipidus quidem ernt mun– dus caelesti dulccdine pasto, et ad grossa hominum divinae delitiae fecerant dclicatum." lbíd., II, n. 94. (8) Psalm., CXVIII, 11. (º) THoM. CEL. I, n. 96. (10) Jbíd., II, n. 100. (11) lbíd., n. 99.
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