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SAN FRANCISCO Y LA CIENCIA 389 deformado, favorecía al Hedonismo y al Deísmo y podía ser para el Occidente más peligroso que el poder de las armas del Islam. La Iglesia miró con espanto al mal que amenazaba. Repetidas veces prohibió desde 1210 a la Facultad de Artes de París, el tener cursos sobre la física y metafísica aristotélicas, hasta que fueron expurgadas de los errores en ellas contenidos, y amonestó a los Teólogos que expusieran la palabra divina siguiendo a los Santos Padres en vez de recurrir a los filósofos paganos, que no conocieron a Dios ( 137 ). Con más rigor previnieron contra ellos las órdenes religiosas. De– jando a un lado los monjes, "que no estudiaban", leemos en las más antiguas constituciones de los Dominicos: "Los Frailes no estudien a filósofos paganos; lo más podrán alguna vez dirigir una rápida mirada sobre ellos. No aprendan ciencia alguna mundana, a no ser que el Maestro General o el Capítulo General quieran hacer una excepción para alguno que otro religioso. Todos los demás, tanto jóvenes como ancianos, deben leer sólo libros teológicos" (1 38 ). Ya hemos visto que Francisco y los primeros Franciscanos rechazaron por lo menos con tanta resolución la filosofía, y ahora comprendemos perfectamente su actitud. Pero pronto se produjo en toda la línea una mudanza a favor de Aristóteles. Se procuró separar los errores que se encontraban en él y en sus comentadores y hacer fructíferos para la ciencia cristiana los gigantescos productos de su inteligencia. Y cosa digna de notarse, esto ocurrió en las escuelas franciscanas de Oxford y París, antes que en otra parte. En Oxford ya desde 1225 el maestro franciscano Roberto Grosseteste puso al servicio de la Teología no sólo las ciencias lin– güísticas y naturales, sino también las filosóficas. Su discípulo Adán de Marsh continuó por el mismo derrotero hasta el tiempo de Bacón. Bacón, que procedía de aquella escuela, no tiene reparo en poner a aquellos dos maestros al lado de Aristóteles y Avicena, y de confesar que también él camina por aquellos caminos admirables, que ellos han recorrido (1 39 ). Una mudanza semejante llevó a cabo la escuela franciscana de París desde 1231, al ponerse a su frente el gran doctor Alejandro de Ales. Éste, que fué el primero de los Sumistas, introdujo en la literatura teo– lógica todos los escritos del Estagirita, aplicó al dogma católico en innumerables pasajes la especulación del Filósofo y de sus comenta– dores Avicena y Averroes, corrigió opiniones falsas y descubrió los ( 13 7) Cbart. Univers. Paris, ed. DENIFLE-CHATELAJN, I, n. 11, p. 70; n. 59, pp. 114-116; n. 79, p. 138; n. 87, p. 143. (138) Die Konstitutionen des Predigerordens vom Jabre 1228, ecl. DENIFLE, Arcbiv, I, 222. (139) Véase FELDER, o. c., 457-459 (trad. fr., 472-474).

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