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38 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS decir, la evangélica). Ha hecho revivir de nuevo la religión que yacía por tierra y casi muerta, a fin de aprestar nuevos atletas para los peli– grosos tiempos del Anticristo y fortificar la Iglesia por medio de esos baluartes. Tal importancia tiene verdaderamente la Orden de los Pre– dicadores que nosotros llamamos Frailes Menores. Éstos con tan ar– diente celo trabajan por renovar la religión, la pobreza y la humildad de la iglesia primitiva, y por sacar las puras aguas de la fuente evan– gélica con sed y ardor de espíritu, que no contentos con cumplir los preceptos siguen también los consejos evangélicos e imitan así con toda exactitud la vida apostólica. . . Esta es la santa Orden de los Frailes Menores y la admirable sociedad de aquellos varones apostó– licos que el Señor ha suscitado en estos últimos tiempos." ( 78 ). Los mismos Dominicos consideran a la Orden franciscana como la única Orden que propiamente está obligada a guardar el Evangelio en toda su perfección. El General de los Dominicos, Humberto de Ro– mans, a mediados del siglo xm se expresa sobre el particular en estos términos: "El bienaventurado Francisco quiso que los Frailes Menores observaran el Evangelio con toda perfección. Procuran guardarlo no sólo en cosas que son fáciles, sino también en las difíciles, como es aquel consejo: si alguno te hiere en una mejilla, preséntale también la otra, para ser así perfectos observadores del Evangelio" (7 9 ). Así, pues, la vuelta al Evangelio aparece a esos testigos como la grande acción de San Francisco. Ciertamente la Cristiandad creía en el Evangelio del Señor; pero muchas veces le faltaba la inteligencia y la práctica del mismo. Así entre las creencias y la vida fué abrién– dose en todas las clases de la sociedad un inmenso abismo, de lo cual se quejaban de continuo los hombres mejores de aquel tiempo. Pero lo peor era que la mayor parte ni se daban cuenta siquiera de ese abismo. Ya no sentían lo que tiene de grande y peculiar el Evangelio, acostumbrados como estaban a lo habitual y rutinario. Al contrario, en Francisco cada línea del Evangelio se convierte ern una realidad viviente. Cada una de las palabras se grababa en su alma con inmediata viveza y penetración. Y apenas la había leído u oído, trataba al momento de ponerla por obra. No se preguntaba si aquella palabra evangélica (78) lAcoBI V1TRIACENs1s de b. Francisco ciusque Societate testimonia, en BoEHME'R, 98, 101, s., 105. Estos testimonios se encuentran en dos cartas de Jacobo de Vitry escritas en 1216 y 1220, y en su Historia orienta/is, lib. II, c. 32. (70) "Fratres Minores ... Evangelium, quod eos beatus Fran"ciscus summe servare voluit, non solum in his, quae sunt facilia, sed potius in difficilibus, ut est, si quis te percussit in unam maxillam, praebe ei et alteram, et similibus, servare conentur, ut sic perfecti sint observatores Evangelii." HuMBERTUS DE RoMAN1s, De eruditione praedicatorunz, lib. 2, c. 36; Maxinza Bibliotheca Patrurn, t. XXV, p. 468.

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