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SAN FRANCISCO Y EL EVANGELIO 27 quitó los zapatos, lanzó el bastón que llevaba en su mano, tomó una cuerda en vez del cinturón de cuero y se hizo un vestido de tela burda, grabando sobre él la señal de la Cruz. También se esforzó en cumplir con el mayor esmero y con el más profundo respeto todo lo demás que había oído en aquella misa, "porque, añade su biógrafo, no era un oidor sordo del Evangelio, sino que retenía en la memoria lo que había oído y procuraba cumplirlo todo a la letra" ( 26 ). Pocas semanas después juntáronsele los primeros compañeros, Fray Bernardo de Quintavalle y Fray Pedro Catanii. Para convencerse de que también ellos y con ellos toda la sociedad que fuera formán– dose, debían abrazar la profesión de vida evangélica, mandó Fran– cisco que por tres veces seguidas abrieran al acaso el libro de los Evangelios, y las tres veces se encontraron con el Evangelio de la misión de los Apóstoles. Vió en ello una disposición de Dios y vuelto a sus discípulos les dij o: "Hermanos, esta es nuestra vida y regla, y la de todos aquellos que quieran juntarse a nuestra compañía. Id pues y cumplid lo que 1 habéis oído" ( 27 ). Esto sucedió el 16 de abril de 1209, fecha de la fundación de la Orden franciscana. "Desde aquel día, añaden los Tres Compañeros, vivían en Comunidad según la forma del Santo Evangelio, que el Señor les había mostrado. Y por eso dijo más tarde Francisco en su Testamento: El Señor me reveló que debía vivir según la forma del Santo Evangelio" (2 8 ). Luego que Francisco hubo reunido once Discípulos y alcanzado con ellos el número de los doce Apóstoles, dirigióse con ellos a Roma para hacer que su método de vida fuese aprobado por la Iglesia ( 121 O). En esta ocasión se puso bien de manifiesto la claridad y seguridad con que Francisco desde el primer momento había abra– zado el ideal evangélico, y la energía y firmeza con que supo man– tenerlo. A todos los reparos que le opuso su Protector, el piadoso e influyente Cardenal Juan Colonna de San Pablo, daba él inva– riablemente la misma respuesta, a saber, que él había sido llamado por ordenación divina a vivir según el Evangelio. Por fin el Car– denal se presentó a Inocencio III y le dijo: "He hallado un santo varón, que desea vivir según la forma del Santo Evangelio y estoy convencido de que Dios por su medio quiere restablecer en todo el mundo la verdadera fe de la Iglesia." También el Papa después de experimentar la invencible constancia del Santo varón dió su asen– timiento y aprobó de viva voz la regla de la nueva Orden ( 2 º). (26) THoM. CEL., I, n. 22; Tr.es Socii, n. 25; S. BoNAV., Leg., c. 3, n. 3-4. (27) Tres Socii, n. 28 ss., y además THoM. CEL., 1, n. 24; 11, n. 15; Vita Fr. Aegidii, en "Analecta franciscana", III, 75; S. BoNAv., Legend., c. 3, n. 3-4. (28) Tres Socii, n. 29. (29) THoM. CEL., I, n. 32 ss.; II, n. 16 s.; Tres Socii, n. 46-51.

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