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SAN FRANCISCO Y EL EVANGELIO 23 momento su buen humor y aun se burla de la cárcel y de las cadenas; y como sus compañeros le reprendiesen por ello, les respondió alegre– mente: "¿Qué queréis? Razón tengo para alegrarme; día llegará en que todo el mundo me venere por santo." Su amable espíritu caba– lleresco logró siempre reanimar a los prisioneros, reducir al orden a elementos díscolos y arreglar pacíficamente las desavenencias surgidas entre ellos ( 10 ). No cabe duda que estas tres cualidades de carácter, que acabamos de examinar: pureza de costumbres, menosprecio de los bienes mate– riales e inclinación caballeresca a todo lo grande y perfecto, hacían al joven Francisco muy apto para la profesión de la vida evangélica, que presupone en quien la abraza pureza de corazón, que exige el despojo de todo lo terreno y que por lo mismo es cosa de sólo almas heroicas. Sin embargo antes de que Francisco pudiera abrazar esta profesión de vida, era preciso remover dos poderosos obstáculos que se le opo– nían en el camino: el apego del joven a la alegría mundana y a las glorias de la caballería terrena. Luego veremos cómo Cristo cambió el ideal de caballería terrena de Francisco en una espiritual ( 11 ). Ahora, para esbozar el cuadro psicológico de su conversión, vamos a ver cómo bajo el influjo de la gracia se apagaron sus ansias de pla– ceres y alegrías de los sentidos. A decir verdad, los desvaríos de los sentidos no podían satisfacer la personalidad de Francisco enriquecida de tan grandiosas prendas naturales. La seriedad de la vida, que durante su cautiverio se había juntado con su alegre natural, fué haciendo valer cada vez más sus derechos. Luego se añadió a eso una larga enfermedad, que sacudió a Francisco corporal y espiritualmente. Cuando por fin siendo de edad de unos 23 años sanó de nuevo de dicha enfermedad y por pri– mera vez abandonó su casa apoyado en un bastón, ya el mundo había perdido para él su antiguo encanto. Ni la hermosura de los campos y viñedos ni los encantos del paisaje que le rodeaba tenían para él atractivo alguno. Parecíale que todo había cambiado por completo, porque en su interior había tenido lugar una grande transformación. Admiróse de esta mudanza de las cosas, y apenas hubo recobrado sus fuerzas se empeñó en huir de las manos de Dios ( 12 ). Llena su cabeza de planes terrenos, partió poco después para Apulia en busca (10) THoM. CEL., II, n. 4; Tres Socii, n. 4. Para la fecha del cautiverio de San Francisco, cfr. PENNACCHI, L'anno della prigionia di S. Francesco in Perugia, Perusa, 1915. (11) Véase el capítulo II. (12) THoM. CEL., I, n. 3-4.
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