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EL CABALLERO DE CRISTO Y SU SEÑOR 93 º 1 parten esa convicc10n. Ya Tomás de Celano escribe (18): "Su anhelo supremo, su más ferviente deseo y su más alto principio era guardar en todo y por todo el santo Evagelio y seguir e imitar con toda per– fección y solícita vigilancia, con todo el cuidado y afecto de su enten– dimiento y fervor de su corazón, los pasos y enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo. Con asidua meditación recordaba sus divinas pala– bras y con sagaz penetración consideraba sus obras... Yo creo que San Francisco fué un reflejo santísimo de la santidad del Señor y co– pia de su perfección". Y aquel gigante de la inteligencia, José Garres, llega a decir (19): "Si desde el tiempo de los Apóstoles ha encontrado el Señor uno que le haya seguido en todos sus pasos, haya imitado su ejemplo en todas sus enseñanzas y se haya adherido a Él con todas las fuerzas de su alma, fué ciertamente esta figura sumamente entusiasta que, soleán– dose de continuo a la luz de Cristo, vino al fin a convertirse en un foco de luz, que reflejó no sólo el resplandor, sino también la imagen del mismo". La lealtad inquebrantable del Caballero de Cristo acabó en tierno homenaje. Desde los días de Espoleta y San Damián su vida no era más que amor y alabanza, devoción y adoración del Señor. Los Tres Compañeros cuentan (20): "Desde el momento de su conversión hasta su muerte amó a Cristo de todo corazón, llevándolo de continuo en su memoria, alabándolo con los labios y glorificándolo con buenas obras. Con tanto fervor y tan íntimamente amaba al divino Salvador que, tan pronto como oía pronunciar su nombre, se sentía conmovido inte– riormente y exclamaba : - Cielos y tierra debían inclinarse al nombre del Señor". Al Capítulo General escribió una vez (21): "Cuando oigáis pro– nunciar el nombre de nuestro Señor Jesucristo, postraos en tierra y adoradlo, pues es el nombre del altísimo Hijo de Dios". Tomás de Celano atestigua (22) que con palabras conmovedoras "contaban los discípulos que con él vivieron cuán duradera y continua era su conversación acerca de Jesús, cuán agradable y suave, cuán tierna y llena de amor. Su boca hablaba de la abundancia del corazón y se derramaba al exterior cual fuente de encendidísima caridad que abrasaba sus entrañas. Siempre estaba ocupado con Jesús : a Je- (18) Ccl. I, 84; II, 26. (B. A. C., 339, 403.) (19) JosEPH GoRRES, Dn· hcilige Fran:::islrns ,•on Assisi, ein Troubadour, 53. (20) Socii, 68. (21) Epist. ad Capit. gener, "Opuse.", ed. BoEHMER, 57. (22) Cel. I, u5. (B. A. C., 363.)

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