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CAPÍTULO IX EL CABALLERO DE-CRISTO, Y SU SE:ÑOR Desde el momento que Francisco se hizo vasallo del Señor supre– mo, su entrega a Cristo no conoció límites. Si antes toda su aspiración había sido agradar a los grandes de la tierra y obtener por ese medio nobleza y señorío, en adelante únicamente anheló reconocer y cumplir su cometido como vasallo y caballero de Cristo. El recuerdo de esta sublime vocación le daba fuerza para hacer los más duros sacrifi– cios (1). Toda su vida hizo gala de "emprender hazañas heroicas" (2). Siempre, en todas partes y en toda ocasión se mostró como "valerosí– simo caballero de Dios", que "salió a pelear vestido de la armadura de Cristo", como "nuevo campeón de Cristo", "infatigable e invencible adalid de la nueva milicia de Cristo" (3). Esta nueva milicia de Cristo debía a su vez estar animada de los mismos ideales. A todos sus discípulos, desde el más apuesto hidalgo hasta el último y menor de sus frailecitos, consideraba y trataba como a legítimos caballeros del Salvador. Cierto día encontró cerca de Rieti a un bizarro caballero de la familia de los Tancredi, que, montado en brioso corcel, y luciendo brillante armadura se atraía las miradas de todos. "Señor caballero - le dijo Francisco acercándosele - : el tahalí, la espada y las espuelas son un esplendor caduco. ¿ Qué os pa– rece, si en vez del cinto llevarais una áspera cuerda, la cruz de Cristo por espada, y, en vez de las espuelas, el polvo y barro del camino? Seguidme: yo os armaré caballero de Cristo" (4). Tal fué la conversión de Fray Ángel Tancredi, y tales eran los sentimientos que todo caballero novel debía traer a la milicia de Cristo. (1) Cel. I, 7; Socii, II; Bonav., I, 5. (B. A. C., 290-291; 529.) (2) Cel. I, 55. (B. A. C., 320.) (3) Véanse las citas en el Prólogo. (4) WADDING, Annales, ad an. 1210. - Cfr. A e tus beati Fi·ancisci in valle Reatina, ed. FRANC. PENNACCHI, en "Miscell. franc. ", 13, 19n, 8.

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