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88 EL CABALLERO DE CRISTO FRANCISCO DE ASÍS migo hereditario de la Cristiandad, tanto en Oriente como en Occi– dente, sólo podía rechazársele con la fuerza; pero no raras veces qui– sieron también imponer por la fuerza a los vencidos la fe cristiana. Característica es a este respecto la Canción de Roldán, el más noble e importante de los poemas épicos, que en tiempo de Francisco andaba en boca de todos y entusiasmaba también al Santo. Como es sabido, esa Canción ensalza a Carlomagno y sus paladines como a ven– cedores de los sarracenos de España. Después de la decisiva batalla de Zaragoza se alegra de que a los vencidos les aguardaba la muerte o el bautismo. Allí se dice : "El rey cree en Dios y quiere hacer su servicio, y los obispos bendicen el agua. Llevan a los paganos a la fuen– te bautismal; si uno se resiste a Carlos, el rey lo hace ahorcar, o que– mar, o degollar. Muchos más de cien mil se bautizaron e hicieron verdaderos cristianos; pero no la reina (la esposa del rey sarraceno), la cual debe ir cautiva a la dulce Francia. Carlomagno quiere que se convierta por amor" (46). En cambio Francisco espiritualizó esta idea de Cruzada. Fija su mirada en el ejemplo de los Apóstoles, marchó a los sarracenos como predicador del Evangelio, de la paz, de la penitencia, de la gracia y de la libertad. Con todo, este apostolado de Francisco entre los sarracenos tenía un elemento común con el ele los Cruzados: ambos se fundaban v aca– baban en una caballeresca entrega a su soberano Señor Jesucristo. (46) La Chanson de Rola11d, l. c.. vv.• 3666-3674.

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