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CAPÍTULO VIII EL HERALDO DEL GRAN REY Francisco, desde la revelación de San Damián, barruntaba t¡ue él no había sido llamado para trabajar solamente en iglesias materiales, puesto llue la institución caballeresca tenía por objeto el aumento de la Cristiandad, la extensión del reino de Dios sobre la tierra, la defen– sa y protección de la Iglesia espiritual (r). Tomás de Celano piensa también que la orden del Crucifijo de San Damián se refería precisa– mente a la reconstrucción de "aquella Iglesia que Cristo comprara con su sangre"; que sólo por humildad se dedicó Francisco primero al trabajo corporal, para pasar después al espiritual (2). De hecho sabemos ya (3) que el Santo se sintió y proclamó "He– raldo del gran Rey". Heraldo se llamaba al caballero de nacimiento que tenía a su cargo transmitir en los torneos y fiestas las invitaciones y desafíos, dirigir los preparativos y la marcha ele las justas y velar por todo el ceremonial ele la corte. Pero también se llamaba heraldo o pregonero al predicador, al mensajero de la fe, al anunciador de la verdad divina (4). Ya antes de que Francisco hubiera emprendido los trabajos ele San Damián, llenaba los bosques con canciones de alabanza al "gran Rey". Pero su ardiente celo le impulsaba más y más a publicar no sólo las alabanzas sino también la palabra de Dios. El apostolado se adaptaba muy bien a sus sentimientos caballeres– cos. Ya desde antiguo se había asociado el tipo de héroe al <le apóstol. En el H eliand, poema evangélico del siglo IX, escrito en antiguo sajón, (r) Véase pág. r r. (2) "Nam licet de illa Ecclesia divinus ei factus sit sermo, quam Christus proprio _sanguine acquisivit, noluit repente fieri summtts, paulatim de carne transiturus ad spiritum." (Ce/. II, II; B. A. C., 392.) ( 3) Véase cap. VII, pág. 68. (4) Véase DucANGE-CARPENTERlUS, Glossarium ad Scriptores mediae et i11fi111ac latinifatis, suh vv. "praeco, praeconare, praeconari ".

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