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72 EL CABALLERO DE CRISTO FRANCISCO DE ASÍS mañana a la noche. Todo esto nos recuerda la poesía épica caballeres– ca, que se había convertido en realidad en el "vasallo del santo Cristo". Don Pietro observaba a su amigo con admiración y espanto, pues bien sabía la vida muelle que había llevado en el mundo. Y ahora le veía trabajar muy por encima de sus fuerzas, sin darse punto de re– poso. Por eso, a pesar de su propia pobreza; le procuraba con bon– dadoso corazón alimentos sustanciosos. Al principio aceptó Francisco con agradecimiento tal generosidad de don Pietro; pero pronto se avengonzó de ello y creyó haber sido infiel a la noble Dama Pobreza. Y se dijo a sí mismo: "No encontrarás en todas partes un sacerdote como éste, que te proporcione lo necesario. No es ésta la vida ele pobre que tú has escogido : como un mendigo que va de puerta en puerta con una escudilla en la mano para recoger en ella toda clase de restos de comida, así has de vivir tú de limosnas voluntarias. por amor de Aquel que nació pobre, vivió pobre en este mundo, murió pobre y desnudo en la cruz y fué enterrado en sepulcro ajeno". Tomó, pues, una escudilla, fuése a la ciudad y anduvo pidiendo limosna de puerta en puerta. Mientras iba recogiendo en su cuenca toda clase ele comidas., el rico hijo del mercader se sublevaba en él de nuevo; lo cual no es de extrañar si se tiene en cuenta que dejaba tras sí una juventud regalada y estaba acostumbrado a selectos man– jares y bocados exquisitos. El mismo Francisco confesó más tarde que, estando en el mundo, jamás había probado cosa que repugnara a su gusto. Y ahora ¡ qué cambio ! Al primer momento se estremeció de horror al pensar que tenía que gustar semejante bazofia. Mucho tra– bajo le costaba contemplar aquella mescolanza y mucho más comerla. Pero pronto se venció con abnegación propia de un caballero, y le pareció no haber probado en su vida un manjar más sabroso. Con ello su alma se regocijó más y más en el Señor; y esta exce– lente disposición de ánimo prestó fuerzas a su cuerpo débil y demacra– do para soportar todo género de asperezas y amarguras. Dió gracias a Dios porque nuevamente había cambiado lo amargo en dulzura y multiplicado sus fuerzas. Rogó a don Pietro que en adelante no le preparase comida ni se la hiciese preparar por otros; que su amada Dama Pobreza le proveería de todo de la mejor manera posible. Así vivió desde aquella hora de limosnas allegadas por él mismo (12). Grande fué la admiración que despertó en Asís. Se habían acos– tumbrado ya a verlo mendigar para su iglesia; pero no podían com– prender cómo era capaz de ir ahora de puerta en puerta con su escudi- (12) Cel. II, 14; Socii, 21-24. (B. A. C., 394, 810.)

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